lunes, 31 de marzo de 2008

2. PULSIONES Y LA NECESIDAD... (cont.ii)

- Selección sexual.
Subsistir es finalmente el resultado exitoso -la permanencia con vida- de una especie y de cada uno de sus individuos, durante el proceso continuo de la selección natural. Subsistir equivale a salir exitoso en el proceso de selección natural y en este sentido se trata siempre de un resultado temporal. Podríamos extrapolar en el ser humano, al recurso psíquico como el recurso propio y adecuado para lograr ventajas dentro de su propia especie, más allá de lo logrado frente a las demás especies? Nos parece pertinente e incluso necesario, y por eso debemos tener en cuenta al respecto, otro importante fenómeno bien observado por Darwin respecto a la selección natural de las especies. Se trata del fenómeno de selección sexual.
La sexualidad misma es un tema que no deja de tener un impresionante enigma, que nos parece por lo pronto, imposible de dilucidar: porqué la naturaleza, a través de la selección natural, toma la sexualidad como una vía que llamaríamos preferente, para la reproducción de los seres vivos? Ni Darwin, con la teoría de la evolución, ni Freud con la de la libido, nos aportan mucho en el tema, pues ambos parten de ese supuesto preferencial de la sexualidad. Sabemos, por lo pronto, que la sexualidad está identificada con la aparición de una bipolaridad atractiva entre los seres vivos, concepto en todo muy semejante a la bipolaridad magnética que se encuentra en los cuerpos inertes. Sólo que el macho y la hembra constituyen “polos magnéticos” materializados en una organización muy compleja, y a todas luces, con muy significativas y también muy complejas características sinérgicas.
Freud especula un poco en el tema, pero lo hace con respecto a un análisis fenomenológico general (ver Más Allá del principio del Placer, Freud, 1920). Es un problema que Freud finalmente no logra resolver a satisfacción, y en el que nosotros mismos tampoco logramos ver mayores luces. Nos toca considerar la bipolaridad sexual en los seres vivos como una hipótesis fundamental, hasta tanto no tengamos mejores puntos de apoyo. Lo único que nos parece dar pistas acerca del asunto, es el hecho de que en el campo de las partículas atómicas y subatómicas, los campos energéticos poseen tal característica bipolar y la sexualidad en los seres vivos sería un eco ampliado y sinérgico de tal situación primaria de la materia y la energía. Se trata tal vez de un problema similar al de la simetría lateral en los animales. Porqué la naturaleza encuentra y se resuelve por estas “vías de expresión”? Sería entrar en especulaciones.
Podemos establecer sin embargo, a ciencia cierta, una relación aparentemente fundamental, entre los desarrollos o evoluciones somática y psíquica, y el ejercicio de la sexualidad, en los seres vivos. Así, entre lo somático y lo energético en los seres vivos, ha de mediar un tercer elemento, a saber, lo sexual, el cual permite una “conexión” integral entre lo energético y lo fisiológico. Ahora, si volvemos a la concepción psicoanalítica, nos encontramos que las instancias psíquicas, yo, ello y superyó, manejan una fuente energética primordial que Freud llamó libido, y que identificó como originaria de la pulsión Eros. No tendríamos ninguna dificultad si identificamos libido con energía sexual o, mejor al identificar las pulsiones sexuales como fuerzas muy básicas de la libido.
La selección sexual, como un proceso evolutivo de los seres vivos, en especial de los animales, está caracterizada por el factor de la “atracción polar”, que evidentemente echa mano de fuentes energéticas de tipo libidinal. El origen de tales fuentes, apenas podríamos dilucidarlo a través de una regresión evolutiva virtual, como las resultantes de aquella sinergia energética de la cual hemos hablado, proveniente de la suma de las energías propias de los componentes atómicos, moleculares, celulares, y de la posterior suma sinérgica de las energías propias de las células mismas, de los tejidos, etc. Lo pulsional efectivo, manifestación de la libido desde el plano orgánico, pero que exige de un actuar psíquico, sólo parece tener un agotamiento en la muerte.
Entretanto, lo pulsional es un empuje constante de energías, representadas en lo que Freud llamó investiduras, elementos mnémicos cargados con determinadas valencias energéticas, de acuerdo con su origen (el comer ante la necesidad de obtener suministros de energía, el apetito sexual ante la necesidad de reproducción, etc) que obligarían al aparato psíquico a actuar de manera permanente, para desalojar tales solicitaciones, de la manera más eficiente posible. La psique humana es la responsable final de controlar las fuerzas o investiduras pulsionales, cuyo origen es un campo energético constante, que nos representamos como similar al campo gravitacional producido por la masa, o al electromagnetismo. Tales fuerzas pulsionales son las que finalmente hacen que el ser humano, busque alimento, satisfacción de tipo sexual, satisfacción de los sentidos, pero también, simplemente, busque compañía. Podríamos decir que, evolutivamente, en el ser humano la pulsión sexual ha logrado un predominio sobre las demás, y por lo tanto podríamos identificar muy aproximadamente lo pulsional psíquico, como lo sexual.
Ahora, sabemos que el proceso de selección sexual ha dado como resultado el hecho de que solamente los individuos mejor dotados en sus caracteres sexuales secundarios y para el combate o la competencia en general, sean los que han dejado mayor y más apropiado número de descendientes para la subsistencia de la especie. El atractivo sexual gana relevancia respecto a los demás aspectos de la vida de los animales. En principio la pulsión sexual debe y puede satisfacerse solamente después de que la subsistencia, la vida misma, esté mínimamente garantizada (alimento, hidratación, salud en general, condiciones climáticas, etc). Sin embargo, es tan amplio el campo de predominio de lo sexual, que Freud lo identifica con el concepto de amor en todas sus acepciones, y podemos asignarle injerencia en todas las actividades del ser vivo. Por eso es frecuente observar cómo muchas pulsiones que denominaríamos “vitales” (el alimento, la compañía, etc) se dejan de lado, en pos de un requerimiento afectivo o pasional. El cariño de una madre por sus hijos, el amor pasional, el amor fraterno, etc.
En su libro El Origen de las Especies, Darwin comienza a hablar de la selección sexual, en los siguientes términos: “(…) si una parte cualquiera de la estructura del progenitor común o de sus primeros descendientes, se hizo variable, es bastante posible que las variaciones de esta parte fuesen aprovechadas por la selección natural y sexual para adaptar las distintas especies a sus diferentes lugares en la economía de la naturaleza, y así mismo para adaptar entre sí a los dos sexos de la misma especie, o para adaptar a los machos a la lucha con otros machos por la posesión de las hembras.” (El Origen de las Especies, Op. Cit., p.145). Sin embargo, en El Origen del Hombre, realiza una exposición mucho más amplia y desarrollada de la selección sexual, aunque el concepto fundamental, de todas maneras, no varía: “(…) la selección sexual (…) depende de las ventajas que unos individuos tienen sobre otros del mismo sexo y especie, bajo el solo punto de vista de la reproducción” (El Origen del Hombre, Op. Cit., p.272). “(…) Finalmente (…) podemos deducir que las armas para combatir, los órganos para producir sonidos, los colores brillantes y visibles, han sido adquiridos generalmente por los machos mediante la variación y la selección sexual, y han sido transmitidos por distintas vías, en concordancia con las varias leyes de la herencia, habiendo quedado las hembras y los jóvenes comparativamente poco modificados.” (ibid, p.641).
La selección sexual es entonces, una consecuencia natural del proceso de selección natural, una vez los individuos de una especie se caracterizan por su reproducción sexuada. Darwin observa cómo la ley del combate es un concepto básico en el desarrollo de la selección sexual de los seres vivos más complejos en la escala natural: “La ley del combate por la posesión de la hembra parece prevalecer en toda la gran clase de mamíferos (…) Esto (…) depende de que ciertos individuos de un sexo, generalmente el masculino, han podido sobreponerse a otros machos y dejar descendencia más numerosa con la herencia de sus cualidades superiores.”
“Existe otra clase de lucha más pacífica, en donde buscan los machos seducir o excitar a las hembras con diferentes atractivos (…) olores (…), crestas, tufos y mantas de pelo (…)” (ibid… p.707). Más adelante expone: “(…) hay razón de sospechar que las astas ramificadas de los ciervos y los cuernos elegantes de ciertos antílopes, (…) fueron (…) parcialmente modificadas para ser también objetos de ornamento.” (ibid… p 707). Respecto al ser humano, y refiriéndose igualmente a la ley del combate, Darwin observa: “(…) estaríamos casi ciertos, por la analogía con los cuadrumanos superiores, que la ley del combate imperó en la especie humana durante los primeros estadios de su progreso.” (ibid… p.718).
La selección sexual igualmente, presupone una lucha, pero frente a los demás individuos de la misma especie. Mediante esta lucha, el individuo logra una cierta posición en la economía de su comunidad. Lo que denominamos posición económica, lo hacemos con el referente de Darwin, respecto a la posición económica dada, de una especie frente a la economía de la naturaleza en general. De todas maneras la lucha sexual no podrá ser tan extrema que termine con la extinción de la especie, pues las especies que eventualmente hayan llegado a tal extremo, no tendrán descendientes de ningún modo. Queremos hacer notar, entonces, que las características propias de la ley del combate, base del fenómeno de la selección sexual, pueden ser tomadas como base de cualquier interrelación entre los individuos de una misma especie. Esta base comportamental permanece en latencia “activa” en los seres humanos, más o menos tal cual como acontece con nuestro funcionamiento orgánico actual, basado en el esquema de funcionamiento orgánico de muchas especies animales, aún las más primitivas.
Un individuo que por las diversas circunstancias en juego -la herencia, la variabilidad, las condiciones de vida- no logre la adquisición de ciertas cualidades mínimas, no tendría una descendencia numerosa, pero tampoco la mejor posibilidad de satisfacción sexual. Sabemos que son los atributos masculinos los más empleados usualmente, en el “juego” de la selección sexual y la lucha implícita y explícita entre los machos. Para muchas especies tales atributos son meramente funcionales, para agarrar mejor a la hembra, para otras, son de tipo sonoro, para otras, de tipo visual, y para otras, incluso de tipo olfativo. Obviamente existen combinaciones de las anteriores, pero en los cuadrumanos tales atributos, que afectan fisiológicamente los sentidos, parecen pasar a un segundo plano.
Darwin menciona incluso cómo en las especies de mamíferos domésticas se observan situaciones en las cuales parece no regir esta ley de los atributos físicos: “(…) no es posible dudar que los más de nuestros cuadrúpedos domésticos frecuentemente manifiestan vivas antipatías individuales y preferencias, mayormente entre las hembras. Siendo esto así, es de suponer que las uniones de los silvestres no deben estar sólo a merced del azar. Es de suponer que las hembras son seducidas o excitadas por machos particulares que posean ciertos caracteres mejor que otros machos; pero no sabemos descubrir nunca, o muy raras veces, cuáles sean estos caracteres.” (ibid, pp.672). Para nosotros, cuando una hembra hace una determinada elección de macho, parece que ha sobrepasado el posible atractivo físico y anatómico, y no nos queda más que echar mano de un último atributo posible: lo comportamental, regido enteramente por la estructura y funcionalidad psíquica.
Así, el proceso de selección sexual queda finalmente determinado por lo psíquico, por lo menos en las especies más complejas. De hecho, Darwin llega a esta interesante conclusión luego de citar varios casos en los cuales parece predominar un comportamiento que sólo podríamos denominar afectivo: “(…) Las perras no siempre son discretas en su elección (…) criadas en unión de un compañero de aspecto vulgar, a menudo surge entre ambos un afecto que no es fácil destruir (…)” (ibid, pp.670). Cabe anotar que este condicionamiento de lo sexual por lo psíquico, no es único. Lo psíquico es aquí el otro componente complementario de lo fisiológico, pero que crece en importancia como factor de subsistencia, en la medida en que crece en complejidad el organismo viviente. De qué otra manera hubiera podido darse el que se ha calificado como extraordinario desarrollo psíquico humano, con respecto al de las demás especies?
La ley del combate, cuya forma física conforma un residuo muy persistente en el comportamiento humano, proveniente de las eras prehistóricas, termina por librarse en el terreno de lo psíquico. Se entiende, gracias a las observaciones de Darwin que acabamos de apuntar, que lo que en un época valía como acto de selección sexual, el combate y vías de hecho, poco a poco se ha ido reemplazando por otro acto de selección sexual cuya valía se torna fundamental: el empleo del recurso psíquico como arma de predominancia sexual. Podríamos hablar entonces de una “selección psíquica”. Aunque pensamos que para explicar los fenómenos de incongruencia selectiva sexual podemos apelar al fenómeno de identificación o trasferencia de los que más tarde hablaremos, entendemos que el uso cada vez más adecuado de lo sexual y su característica atractiva por parte de los individuos de una especie, es finalmente “el arma” más contundente de la ley del combate o de la selección sexual. La eficacia en el uso del recurso psíquico y un uso adecuado de la sexualidad, son conceptos que se corresponden con una subsistencia de mayores probabilidades de éxito para el individuo humano y para su especie o comunidad.
Encontramos así, desarrollando la teoría evolutiva por esta vía, y al igual que el psicoanálisis, que lo sexual alcanza su mejor expresión a través de lo psíquico. Es la energía libidinal de los actos humanos y de los seres vivos la que nos remite al concepto de goce y placer fisiológico sexual, pero que extenderemos al concepto de lo estético, por referencia al placer inherente a todos los órganos sensoriales. El manejo adecuado de la sexualidad en los individuos más complejos y desarrollados, el triunfo vital que implica, significa igualmente, el logro de un cierto lugar en la economía de la comunidad. Tal manejo de la sexualidad no trata de lo sexual específico, si no de las “ramificaciones” necesarias que poseen las pulsiones libidinales para su trámite en la realidad. Y hasta ahora no habíamos hablado específicamente del factor social y el principio conceptual de ética que conlleva, pero no puede ser otro su punto de inserción, para los fines de este desarrollo.
Veamos entonces que a partir del fenómeno de selección natural, los seres vivos comienzan un desarrollo hacia un incremento en el promedio de su tiempo de vida y hacia una correspondiente mayor complejidad orgánica. Tal proceso posee una cierta “velocidad de cambio”. Viene luego un proceso análogo para los seres que, ya muy complejos orgánicamente, comienzan un ciclo de reproducción sexual. A tal proceso le podemos asignar una velocidad de cambio mayor que la de la selección natural. Finalmente, a un tercer proceso análogo de selección psíquica, muy propio de los mamíferos superiores, le asignaremos una velocidad de cambio mayor que la de los otros dos procesos. Así, hemos establecido como un objetivo claro de la direccionalidad evolutiva, el desarrollo del ente psíquico, en tanto es la “parte” del ser vivo que ha mostrado mayor capacidad de cambio y adaptación, en contraposición con la “parte” somática o corporal. En este sentido, Darwin, aunque se muestra reservado, no puede menos que hacer algunos comentarios relevantes al respecto, los cuales ya hemos citado cuando tocamos el tema de la ventaja evolutiva humana.
Cuando Darwin propone el concepto de selección sexual, como un concepto derivado de la selección natural, debe partir del principio de la bipolaridad sexual, es decir, de que los individuos de sexos diferentes de una misma especie se atraen. Darwin no lo explicita de esta manera, pero es clara su base conceptual cuando escribe: “(…) la selección sexual (…) depende de las ventajas que unos individuos tienen sobre otros del mismo sexo y especie, bajo el solo punto de vista de la reproducción (…)” (ibid, p.272). Así, para Darwin, la sexualidad en los seres vivos posee un utilitarismo básico respecto a la reproducción. Pero debe quedar claro que este “uso” de la sexualidad está condicionado por la manera en que el ente psíquico gobierna las energías del ser vivo. Darwin encuentra tres aspectos diferenciales en los sexos: los caracteres sexuales primarios, los caracteres sexuales secundarios y, en tercer lugar, por las diferencias en los hábitos de vida, que en principio no tienen nada qué ver con algún comportamiento sexual específico. Es decir, las diferencias sexuales abarcan situaciones que, aparentemente, no tendrían qué ver con lo específicamente sexual.
Entonces, en qué consiste la selección sexual propiamente, si en razón de esta, los sexos se diferencian en algo más que su comportamiento específicamente sexual? Vemos que se trata de que los seres vivos desarrollan ciertas habilidades comportamentales, así como ciertas estructuras anatómicas, pues de esta manera logran copular más fácilmente con los individuos del sexo opuesto, garantizando de esta manera la persistencia de la especie. Las diferencias en los desarrollos y ventajas logrados a través de la selección sexual, apenas han de ser visibles para un observador externo no familiarizado.
Darwin observa que “Hay (…) muchas estructuras e instintos cuya causa de desarrollo debe sin duda ser la selección sexual (…)” y, más adelante aclara que estas estructuras e instintos, naturalmente, se deben clasificar como caracteres sexuales secundarios “(…) bajo muchos conceptos interesantes, ya por depender del arbitrio, elección y rivalidad de los individuos de cada sexo (…)”. Respecto a ese arbitrio, elección y rivalidad, para Darwin es claro que los animales “(…) si bien guiados por el instinto, conocen perfectamente lo que hacen, y ejercen conscientemente sus facultades mentales y corporales.” (ibid, p. 274).
Si nos detenemos un poco en estos comentarios de Darwin, podemos encontrar lo siguiente: en primer lugar, el reconocimiento de la alta participación de lo que hemos llamado ente psíquico en el fenómeno de la selección sexual, pues elegir, gustar y rivalizar sólo pueden ser funciones de la psique y, en segundo lugar, confirmamos que el animal realiza o se ve obligado a realizar determinada acción o conjunto de acciones, de acuerdo con lo estipulado por la psique. Hemos obviado, claro está, aquello de la diferenciación entre instinto y conciencia, pues de acuerdo con nuestras anteriores discusiones, no tenemos problema en ubicar más apropiadamente estos conceptos. Sabemos ya que esta reubicación no modifica en nada el concepto central de selección sexual darwiniano. Podemos ubicar el comportamiento instintual animal como el correspondiente a las solicitaciones propias de la conformación fisiológica de los animales, direccionadas por un ámbito psíquico que parece modificarse con la misma velocidad en que se modifica la propia conformación fisiológica animal. Tal ámbito psíquico animal lo comparamos con el ámbito psíquico humano inconciente.
Así, podemos concluir que, en el fenómeno de la selección sexual, el ente psíquico predomina, así el ente somático sea más o menos complejo. Bajo este panorama, podemos establecer una predominancia del ente energético por sobre el ente inercial en cualquier interactuación de cuerpos. Sólo que, para el caso de muchas especies animales incluido el ser humano, distinguimos claramente que ha debido forjarse la bipolaridad sexual, para la conformación de las diversas cualidades psíquicas humanas ya descritas por Freud, a saber, la conciencia, el preconciente y el inconciente.
Así, tendríamos que rendirnos ante varios hechos aparentemente irreductibles. Uno, que la organización de la vida está originada en la pulsión Eros, dominante en la naturaleza por sobre la pulsión destrucción. Que una vez dicha pulsión alcanza el logro de seres vivos concretos, másicos e inerciales, y, además, pluricelulares, establece a través de ellos un campo de fuerzas pulsionales, sinérgicas, entre las cuales figura como principal la pulsión sexual. Y, lo más difícil: que esta pulsión sexual implica una bipolaridad que obliga a la generación de seres vivos pluricelulares sexuados, con tendencias a la unión, en virtud de aquella sexualidad. De hecho, la sexualidad está muy ligada al desarrollo psíquico.
No podemos decir que el desarrollo somático sea fundamental en el concepto de desarrollo evolutivo. Tener un cuerpo más grande, más fuerte, en resumen de gran contundencia inercial, no es el parámetro de desarrollo evolutivo antropocéntrico. Al respecto, se observa que el desarrollo evolutivo preferente es con respecto a habilidades, no con respecto al crecimiento másico o de resistencia física. El ser humano es mucho más hábil que su pariente animal más próximo, los gorilas. Con los pies, las manos y con su cuerpo en general el ser humano puede y logra desarrollar destrezas casi ni imaginadas. Pero todo este desarrollo de habilidades sabemos que se debe al desarrollo consecuente de su psique. En tanto el ser humano, a través de su psique, logre decisiones cada vez más apropiadas para la subsistencia humana, las personas contarán con mejores probabilidades de existencia y mayores probabilidades de mejorar aquello en lo que ya son buenos.

- La trasferencia o identificación y la vida comunitaria.

En su texto de Psicología de Masas y Análisis del Yo, Freud, propone la identificación como el lazo último que permite la formación y sustentación de las masas humanas, después de dilucidar la existencia de un ideal del yo -correspondiente con su concepto posterior de “superyó” psíquico-: “Si, teniendo presentes las descripciones -complementarias entre sí- de los diversos autores sobre psicología de las masas, abarcamos en un solo panorama la vida de los individuos de nuestros días, acaso perderemos el coraje de ofrecer una exposición sintética, en vista de las complicaciones que advertimos. Cada individuo es miembro de muchas masas, tiene múltiples ligazones de identificación y ha edificado su ideal del yo según los más diversos modelos. Cada individuo participa, así, del alma de muchas masas: su raza, su estamento, su comunidad de credo, su comunidad estatal, etc., y aun puede elevarse por encima de ello hasta lograr una partícula de autonomía y de originalidad. Estas formaciones de masa duraderas y permanentes llaman menos la atención del observador, por sus efectos uniformes y continuados, que las masas efímeras, de creación súbita, de acuerdo con las cuales Le Bon bosquejó su brillante caracterización psicológica del alma de las masas; y en estas masas ruidosas, efímeras, que por así decir se superponen a las otras, se nos presenta el asombroso fenómeno: desaparece sin dejar huellas, si bien sólo temporariamente, justo aquello que hemos reconocido como el desarrollo individual.”
“Comprendimos ese asombroso fenómeno diciendo que el individuo resigna su ideal del yo y lo permuta por el ideal de la masa corporizado en el conductor. Pero lo asombroso, agregaríamos a manera de enmienda, no tiene en todos los casos igual magnitud. En muchos individuos, la separación entre su yo y su ideal del yo no ha llegado muy lejos; ambos coinciden todavía con facilidad, el yo ha conservado a menudo su antigua vanidad narcisista. La elección del conductor se ve muy facilitada por esta circunstancia. Muchas veces sólo le hace falta poseer las propiedades típicas de estos individuos con un perfil particularmente nítido y puro, y hacer la impresión de una fuerza y una libertad libidinosa mayores; entonces transige con él la necesidad de un jefe fuerte, revistiéndolo con el hiperpoder que de otro modo no habría podido tal vez reclamar. Los otros, cuyo ideal del yo no se habría corporizado en su persona en otras circunstancias sin que mediase corrección, son arrastrados después por vía «sugestiva», vale decir, por identificación.” (Obras Completas, Op. Cit., V.18. Psicología de las masas y análisis del yo. Un grado en el interior del yo. 1921).
Vale la pena notar cómo Freud, en el mismo texto mencionado, propone tratar las diversas sociedades y comunidades humanas como “masas”: “(…) la psicología de las masas trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y para determinado fin.” (Obras Completas, Op. Cit., V.18. Psicología de las masas y análisis del yo. Introducción. 1921). Los vínculos de identificación entre los seres humanos y aún entre los demás seres vivientes parecen ser en definitiva los que fundamentan el fenómeno de las trasferencias afectivas, en el cual la libido juega un papel importante. Podemos perseguir sus principios a través de la evolución de la sexualidad y su pulsionar libidinal, pues Freud nos proporciona interesantes esclarecimientos al respecto, por ejemplo, en La Interpretación de los Sueños: “(…) Por tanto, la identificación no es simple imitación, sino apropiación sobre la base de la misma reivindicación etiológica; expresa un «igual que» y se refiere a algo común que permanece en lo inconciente(…)” (ibid, V. La Interpretación de los Sueños, La desfiguración onírica…). Vale la pena aclarar que, en este texto, Freud plantea la identificación como un fenómeno de propio de la histeria, muy ligado con el fenómeno de los sueños, y no se detiene a analizarlo como un fenómeno más “cotidiano”, si no en textos más tardíos: “(…) la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal (…)” (ibid, V.14. Trabajos sobre metapsicología. Duelo y melancolía. 1917).
Sin embargo al respecto, no encontramos en Freud una interrelación entre dos conceptos fundamentales en la elucidación del acaecer psíquico humano. Se trata de la relación entre la identificación como concepto fundamental en la formación de comunidades, y el fenómeno de la trasferencia en el tratamiento psicoanalítico, relación esta que para nosotros aparece con una muy necesaria lógica. Ya en la Psicología de las Masas, Freud apunta que es posible considerar “masa” una conformación social hasta de dos personas. En ambos fenómenos, la identificación y la trasferencia, se trata de la manera en que se afecta la psique con la presencia de una persona o de un objeto externo al yo psíquico. Para Freud, la identificación, como lo acabamos de ver, es un fenómeno primario psíquico, que, implicando al yo, pone en movimiento los entes energéticos psíquicos. Con el calificativo de ambivalente, y referida con investiduras psíquicas y con lo sugestivo, la identificación queda caracterizada así, por Freud, de igual manera a como califica la trasferencia del procedimiento psicoanalítico, tal como lo veremos más adelante.
Sabemos que Darwin no fue ajeno a la observación de los sentimientos solidarios o de simpatía, como de gran importancia en la evolución humana: “(…) La tribu que encerrase muchos miembros que, en razón de poseer en alto grado el espíritu de patriotismo, fidelidad, obediencia, valor y simpatía estuviesen siempre dispuestos a ayudarse unos a otros y a sacrificarse a sí propios por el bien de todos, claro está que en cualquier lucha saldría victoriosa de las demás: he aquí una selección natural (…)“ (El Origen del Hombre, Op. Cit., pp. 178 y ss).
Aunque preferimos el término de identificación, tal fenómeno psíquico lo relacionamos plenamente con la simpatía o la solidaridad de Darwin, así sepamos que desde nuestra perspectiva, la simpatía y la solidaridad serían ambas una expresión afectiva compleja cuyo fundamento está en el fenómeno de la identificación. Darwin consideró fundamentales tales sentimientos de simpatía y de solidaridad, pues no tenía bases más sólidas en cuanto a lo psíquico o comportamental. Haciendo la equivalencia conceptual, decimos entonces que es el fenómeno de la identificación el que le permite al ser humano salir exitoso en el proceso de selección natural, con el consecuente crecimiento y maduración de sus comunidades. Debemos achacarle a este concepto, la identificación, buena parte del éxito de la sexualidad como vía para la reproducción y como fuente de energía para el accionar de los seres vivos. En este sentido, el misterioso hecho de ser la sexualidad la vía preferente para la reproducción de las especies superiores, se suma a otro misterioso fundamento de la actividad psíquica, la identificación. Ambos fenómenos, finalmente, los podemos conducir conceptualmente a la consecuencia única y directa del accionar de la libido.
El desarrollo y ejercicio de la sexualidad fortalece los lazos y las trasferencias afectivas entre progenitores y descendientes, y por lo tanto, fortalece lazos comunitarios entre los individuos. Tales fortalecimientos, primero de los lazos afectivos y luego de las comunidades, poseen una importante relación con relación al factor tiempo, pues el éxito en la subsistencia es directamente proporcional al intervalo de tiempo que logra permanecer con vida el organismo individual y el tiempo de permanencia de su especie, consecuentemente. Cuando un organismo logra sobrevivir un poco más de tiempo que su antecesor, igualmente ha desarrollado sistemas fisiológicos que demandan mayores periodos de maduración. Pero también se fortalece en el ente psíquico la interrelación entre lo que Freud llamó el ello o inconciente y el yo, con el consecuente desarrollo de este último, a favor de los procesos concientes de captación de la realidad y de interactuación con lo real. El crecimiento de las comunidades, y el desarrollo del yo, que lo ha favorecido, apalancan definitivamente, la especialización de tareas y de actividades por parte de los individuos que conforman la sociedad.
Dos situaciones pueden observarse fácilmente respecto a este proceso que hemos llamado, en principio, identificación: la del padre con su hijo y la del alumno con su maestro. Por la manera en que se establecen los vínculos afectivos y la manera en que se hacen más o menos intensos -ya Freud había observado muy bien estas diferencias en grado de intensidad- la identificación muy probablemente sea más efectiva en la relación padre-hijo que en la de maestro-alumno. Sin embargo, un factor de negativismo u oposición debe tenerse en cuenta. La identificación, tal como la hemos propuesto, sería de carácter positivo. Pero también es fácil observar una identificación de carácter negativo, particularmente en la relación padre-hijo. Por muy diversos argumentos psicoanalíticos se puede demostrar cómo esto llega a ser posible, partiendo de la ambivalencia propia de este fenómeno. Pero en las innumerables generaciones transcurridas durante los diversos periodos evolutivos del ser humano, la conjugación de identificaciones positivas y negativas, con la diversificación consecuente de actividades, habrán dado como resultado una cierta diversidad de oficios, conformados en gremios más o menos maduros.
La multiplicidad de oficios gremiales obedecería a los factores de identificación negativos. Las uniones gremiales, a factores de identificación positivos. Dentro de cada gremio, podrán encontrarse especializaciones o diversificaciones internas, pero también graduaciones de efectividad ejecutiva. Dentro de la multiplicidad gremial podrán encontrarse, de manera similar, factores de comunidad intergremial. Pero existe otro factor que apalanca la situación de gremios descrita. Se trata del fenómeno de lucha por la existencia, trasladado al ámbito humano y correspondiente con la selección sexual y la que hemos llamado selección psíquica. El afán por diferenciarse y ser más efectivo en un oficio, logrando con esto el apoyo pero también el respeto de los demás, motivaría la diferenciación gremial, que, poco a poco, con el pasar de las épocas, lograría mayores y más notables diferenciaciones, en un proceso en todo similar al de las especies en su proceso evolutivo. No sabríamos decidir cuál de estos dos aspectos, la ambivalencia en la identificación psíquica o la lucha por el predominio sexual-psíquico, es más determinante en la maduración vocacional humana. Pero lo que sí podemos afirmar es que tal proceso vocacional ha tenido siempre una caracterización enteramente similar a los procesos psíquicos, en cuanto a que dependen de la manera en que se tramitan los procesos pulsionales provenientes del inconciente, por parte del yo.

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