lunes, 31 de marzo de 2008

6. LO QUE MIDE LA ECONOMÍA.

Partimos del hecho de que en el mercadeo tratamos con una situación enteramente semejante a los hechos observados para la evolución de las especies. Es decir, encontramos un cierto progenitor común, que, por la herencia, transmite ciertos caracteres distintivos a su descendencia, pero que, de una u otra forma, son variables de una manera un tanto sutil, de tal forma que en la tarea de la subsistencia, se van seleccionando aquellos caracteres más acorde con los cambios que se producen en la naturaleza, incluido el crecimiento de número de los individuos vivos. La variabilidad de la descendencia no impide sin embargo, observar y detectar en esta un tronco común, básico. Así la cultura humana, igualmente muestra fuertes raíces comunes, pero formas variadas casi al infinito.
Es por eso que hablar de una persona que logra mejores o mayores recursos que otra, es algo muy relativo. Si elegimos como escenario un cierto piso cultural fuerte y común, para analizar la tarea de subsistencia de dos personas, podemos suponer por ejemplo que han crecido en una misma ciudad o localidad pequeña, cuya historia, a su vez, se remonta a varios siglos atrás. Además podemos suponer, para simplificar más, que ambas trabajan en un mismo gremio de producción, constructores, por ejemplo. Aún habría que hacer una simplificación más, y es suponer un patrimonio aproximadamente igual para ambos. En tal caso, es muy probable que sus ingresos, sean similares, pero nunca iguales, pues sería este verdaderamente un caso muy extraordinario.
Hay uno de ellos que monetariamente gana más que el otro. Es apenas lógico si consideramos que, sabiendo de antemano el importante papel que juegan los afectos en las labores de subsistencia, por muy similar que sea la base cultural, habrá una cierta variación en los afectos, para cada ser humano. Es un principio evolutivo. Cuando dos personas eligen una misma profesión, la significación afectiva de su labor no será la misma para ambas y, por lo tanto, no será igual la valoración que hagan de esta, así su profesión signifique la subsistencia misma. Recordemos al respecto la primacía de los afectos sobre la “necesidad” de los recursos físicos (alimentos, abrigo, etc). Una diferencia en la valoración de los actos, establece una diferencia en los ingresos percibidos. Es un importante corolario de varios de los principios establecidos aquí. La diferencia en la valoración se puede pensar más o menos así: la actividad elegida exige una serie de habilidades específicas, para las cuales cada persona posee un cierto grado de facilidad, variable según la variabilidad natural bien observada por Darwin. Así, de las dos personas en cuestión, habrá una que logre ser más hábil que la otra en la actividad específica, con lo cual el trabajo le rendirá mejor.
Sin embargo, esto no es todo. La habilidad es un principio. Pero la labor de subsistencia implica una constancia que va más allá del juego de habilidades. Es necesario pensar en un desarrollo de la labor que implica, necesariamente, creatividad, la posibilidad de cubrir mejor el segmento del mercado, la detección e incluso creación de “mercados meta”, o lo que finalmente es equivalente, “ocupar” de manera predominante un cierto “lugar en la economía“. Tal concepto nos lleva, de todas maneras, a concluir que, cuando una de estas dos personas logra recursos más consistentes que la otra, quiere decir que la primera de ellas a encontrado su “verdadero” mercado meta, en tanto la segunda, aún está por descubrirlo. Pero es esta igualmente una situación relativa, en tanto la medición de los ingresos logrados se circunscriba a un cierto territorio o a un cierto segmento mercantil. Tales desarrollos mercantiles exigen del ser humano, no sólo ser más hábil con las manos, si no mucho más hábil con su recurso psíquico.
Pero podremos entender también que aquél que logre constituir su actividad económica en algo más que un juego de habilidades, a saber, en la construcción de una obra de cierta envergadura, tiene muy seguramente, la posibilidad de tener ingresos mucho mayores que su contraparte. Pero cómo se “construye” esa obra? Cuáles son lo parámetros para llegar a ella? Es una pregunta compleja, pero cuya respuesta queremos empezar a bosquejar. Cuando se habla de obra en el sentido que le estamos confiriendo, es clara su connotación artística o estética, pues hablamos de que esa obra se fundamenta en la creatividad. La creatividad, de acuerdo con la mayoría de los psicólogos, igualmente posee un importante fundamento en los afectos. Freud, en sus “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico (Obras Completas, Op. Cit.) desarrolla el siguiente discurso al respecto: “5. La educación puede describirse, sin más vacilaciones, como incitación a vencer el principio de placer y a sustituirlo por el principio de realidad; por tanto, quiere acudir en auxilio de aquel proceso de desarrollo en que se ve envuelto el yo, y para este fin se sirve de los premios de amor por parte del educador; por eso fracasa cuando el niño mimado cree poseer ese amor de todos modos, y que no puede perderlo bajo ninguna circunstancia.”
“6. El arte logra por un camino peculiar una reconciliación de los dos principios. El artista es originariamente un hombre que se extraña de la realidad porque no puede avenirse a esa renuncia a la satisfacción pulsional que aquella primero le exige, y da libre curso en la vida de la fantasía a sus deseos eróticos y de ambición. Pero él encuentra el camino de regreso desde ese mundo de fantasía a la realidad; lo hace, merced a particulares dotes, plasmando sus fantasías en un nuevo tipo de realidades efectivas que los hombres reconocen como unas copias valiosas de la realidad objetiva misma. Por esa vía se convierte, en cierto modo, realmente en el héroe, el rey, el creador, el mimado de la fortuna que querría ser, sin emprender para ello el enorme desvío que pasa por la alteración real del mundo exterior. Ahora bien, sólo puede alcanzarlo porque los otros hombres sienten la misma insatisfacción que él con esa renuncia real exigida, porque esa insatisfacción que resulta de la sustitución del principio de placer por el principio de realidad constituye a su vez un fragmento de la realidad objetiva misma.”
Freud hace este desarrollo pensando en la manera en que el artista logra sus obras como profesional dedicado, diferenciándolo del proceso de aprendizaje por lo que a la relación entre principio de placer y principio de realidad se refiere. Nosotros estamos apoyándonos en este extracto con criterios distintos: en primer lugar, tenemos buenos motivos para pensar que el proceso creativo no es un patrimonio exclusivo de los artistas, y, en segundo lugar, que este proceso es herramienta fundamental en la actividad de los negocios, base de la subsistencia humana. La creatividad, desde nuestra perspectiva, no deja de ser parte del esfuerzo del yo por solucionar de manera más eficiente, las casi infinitas exigencias de lo externo, en virtud del cambio continuo. Así, creatividad es aprendizaje para la subsistencia o, satisfacción en el devenir pedagógico.
Pero también visualizamos un puente conceptual entre la actividad negociadora de subsistencia, con el proceso de aprendizaje, en tanto la actividad de subsistencia ha de basarse en el cambio continuo de la realidad y la asimilación de dicho cambio por parte del individuo. De acuerdo con esto, no podemos dejar pasar por alto una discusión respecto a cómo se relacionan para nosotros los conceptos freudianos de sublimación, de reconciliación de los principios de placer y realidad a través del arte y finalmente, los gastos de ahorros psíquicos propios del chiste, el humor y lo cómico. Así, entendemos que por los caminos de lo que se ha denominado en términos generales, arte o estética, logra el ser humano encontrar la manera de ocupar el tiempo y el espacio en actividades diversas de la sexual. Sólo que estas actividades no pueden, de ninguna manera, enmascarar del todo su origen primero, y que en tanto logran activar sensaciones placenteras, así mismo conforman el ámbito del proceso pedagógico, de acuerdo con el criterio que le hemos querido conferir a tal concepto.
Freud en general habla de sublimación cuando se trata del encauzamiento de las solicitaciones pulsionales para su mayor aprovechamiento en bien del individuo y de su comunidad: “(…) Mediante sus represiones, el neurótico ha mermado muchas fuentes de energía anímica, cuyos aportes habrían sido muy valiosos para su formación de carácter y quehacer en la vida. Conocemos un proceso de desarrollo muy adecuado al fin, la llamada sublimación, mediante la cual la energía de mociones infantiles de deseo no es bloqueada, sino que permanece aplicable si a las mociones singulares se les pone, en lugar de la meta inutilizable, una superior, que eventualmente ya no es sexual. Y son los componentes de la pulsión sexual los que se destacan en particular por esa aptitud para la sublimación, para permutar su meta sexual por una más distante y socialmente más valiosa. Es probable que a los aportes de energía ganados de esa manera para nuestras operaciones anímicas debamos los máximos logros culturales. Una represión sobrevenida temprano excluye la sublimación de la pulsión reprimida; cancelada la represión, vuelve a quedar expedito el camino para la sublimación. (…)” (Obras Completas, V.11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis. V. 1910)
En otra parte, Freud ya ha escrito algo semejante al respecto: “(…) La pulsión sexual -mejor dicho: las pulsiones sexuales, pues una indagación analítica enseña que está compuesta por muchas pulsiones parciales- es probablemente de más vigorosa plasmación en el hombre que en la mayoría de los animales superiores; en todo caso es más continua, puesto que ha superado casi por completo la periodicidad a que está ligada en los animales. Pone a disposición del trabajo cultural unos volúmenes de fuerza enormemente grandes, y esto sin ninguna duda se debe a la peculiaridad, que ella presenta con particular relieve, de poder desplazar su meta sin sufrir un menoscabo esencial en cuanto a intensidad. A esta facultad de permutar la meta sexual originaria por otra, ya no sexual, pero psíquicamente emparentada con ella, se le llama la facultad para la sublimación. En oposición a esta desplazabilidad en que consiste su valor cultural, a la pulsión sexual le sucede también una fijación de particular tenacidad que la vuelve no valorizable y en ocasiones degenera en las llamadas «anormalidades ». La intensidad originaria de la pulsión sexual es probablemente de diversa magnitud en los diferentes individuos; en cuanto al monto apto para la sublimación, sin duda es variable. Ya podemos imaginarnos que será en primer lugar la organización congénita la que decidirá cuánto de la pulsión sexual ha de resultar sublimable y valorizable en el individuo; además, las influencias de la vida y el influjo intelectual del aparato anímico consiguen llevar a la sublimación una porción más vasta. Ahora bien, no cabe duda alguna de que este proceso de desplazamiento no puede continuarse indefinidamente, como tampoco ocurre, en nuestras máquinas, con la trasposición del calor en trabajo mecánico. Una cierta medida de satisfacción sexual directa parece indispensable para la inmensa mayoría de las organizaciones, y la denegación de esta medida individualmente variable se castiga con fenómenos que nos vemos precisados a incluir entre los patológicos a consecuencia de su carácter nocivo en lo funcional y displacentero en lo subjetivo. (…)” (ibid, V.9. La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna. 1908.)
Queda claro entonces que la sublimación es un mecanismo mediante el cual el ser humano logra derivar parte de su pulsión sexual hacia fines diversos de lo sexual, derivaciones que en particular, son muy útiles para la cultura y la civilización. Podemos asignarles a estas derivaciones un monto de placer, igualmente derivado de lo sexual, pero desviado de ese fin? Creemos que no hay problema en ello. De hecho, es muy fácil observar cómo el ser humano maduro, logra sentir verdadero placer y satisfacción por buena parte de sus trabajos y obras. No siempre podemos decir que esto es cierto, pero los casos en que lo es, son muy claros. Podemos incluso percibir con facilidad que, cuando el ser humano logra sacar placer de su actividad sublimada, su tarea u obra resultante termina por ser altamente valorada por parte de los demás individuos de su comunidad. Freud no parece aclarar tal fenómeno del placer en la ejecución de las actividades sublimadas, pero sí enfrenta el análisis de un fenómeno cotidiano, aparentemente sin mucha relación con la sublimación, en el cual detecta ganancias de placer. A partir de este fenómeno, el chiste, y de sus correlacionados, el humor y lo cómico, Freud va dando forma y definición al concepto de ganancia de placer correspondiente con un gasto psíquico ahorrado, concepto que para nuestro objeto, será fundamental.
Queremos asignar, en primer lugar, el criterio a los actos que satisfacen las pulsiones primarias, de portadores de un mayor placer fisiológico que psíquico, pero sin demeritar el papel de este último “tipo” de placer. Pero de manera similar, los actos que satisfacen pulsiones ramificadas de las pulsiones primarias -que bien podemos llamarlas secundarias-, quedan como portadores de un mayor placer psíquico que fisiológico, sin descartar algún papel de este último en tales actos. La esencia de un placer de tipo eminentemente psíquico, se puede encontrar en el sueño. El sueño es la satisfacción de un deseo y, por lo tanto, un generador de placer. El sueño protege al durmiente del estimulo externo, en particular, del estímulo permanente de las pulsiones provenientes del inconciente, ente psíquico siempre externo al yo. El sueño es una actividad psíquica por excelencia, pero no podríamos dejar de asignarle alguna correlación fisiológica.
De hecho para Freud, el chiste es un concepto que explica muy bien los principios de las formaciones oníricas que, a su vez, terminan por ser los fundamentos de la explicación tanto del funcionamiento normal, como de lo anormal de la psique humana. Freud, desde su texto de La Interpretación de los Sueños, da cuenta de la importancia del chiste en su estructuración teórica general. Tal posición conceptual en Freud, termina por ser el tema de su texto El Chiste y su Relación con lo Inconciente. De ese texto, extraemos apartes que nos interesan por el tema de la ganancia de placer: “(…) el chiste (…) Empieza como un juego para extraer placer del libre empleo de palabras y pensamientos. Tan pronto como una razón fortalecida le prohíbe ese juego con palabras por carente de sentido, y ese juego con pensamientos por disparatado, él se trueca en chanza para poder retener aquellas fuentes de placer y ganar uno nuevo por la liberación del disparate. Luego, como chiste genuino, exento todavía de tendencia, presta su valimiento a lo pensado y lo fortalece contra la impugnación del juicio crítico, para lo cual le es de utilidad el principio de la conjunción de las fuentes de placer; por último, aporta grandes tendencias, que entran en guerra con la sofocación, a fin de cancelar inhibiciones interiores siguiendo el principio del placer previo. La razón -el juicio crítico-la sofocación: he ahí, en su secuencia, los poderes contra los cuales guerrea; retiene las fuentes originarias del placer en la palabra y, desde el estadio de la chanza, se abre nuevas fuentes de placer mediante la cancelación de inhibiciones. Y en cuanto al placer que produce, sea placer de juego o de cancelación, en todos los casos podemos derivarlo de un ahorro de gasto psíquico, siempre que esta concepción no contradiga la esencia del placer y se demuestre fecunda también en otros aspectos. (…)” (ibid, V.8. El chiste y su relación con lo inconciente. Parte sintética. El mecanismo de placer y la psicogénesis del chiste. 1905).
Entendemos que tal vez para el neófito, los razonamientos de Freud resulten complejos, más cuando se trata de condensados y conclusiones que han sido trabajados por el autor previamente y de manera extensa. Sin embargo no podemos dejar de apoyarnos en tales extractos, pues lo que nos interesa verdaderamente de estos es cómo conceptualmente demuestran ciertas interrelaciones. El chiste es una formación lingüística que está íntimamente ligada con el mecanismo de la producción de placer. Para explicarlo, Freud ha de echar mano de los consabidos conceptos de lo inconciente, la libido, la censura o represión y el placer por el disparate, el cual parece ser un concepto que posee sus más profundas raíces en el placer de actuar para subsistir (cualquier acto humano en principio es bueno y placentero, pues es manifestación vital o sea, de satisfacción pulsional).
Sin embargo, Freud termina por dilucidar las fuentes del placer en el chiste de la siguiente manera: “(…) Al concluir estas elucidaciones sobre los procesos psíquicos del chiste en tanto se desenvuelven entre dos personas, podemos arrojar una mirada retrospectiva hacia el factor del ahorro, que desde nuestro primer esclarecimiento sobre la técnica del chiste entrevimos como sustantivo para su concepción psicológica. (…) lo sucinto y lacónico no es todavía chistoso. La brevedad del chiste es una brevedad particular; justamente, «chistosa». Es cierto que la originaria ganancia de placer que procuraba el juego con palabras y pensamientos procedía de un mero ahorro de gasto, pero con el desarrollo del juego hasta el chiste también la tendencia a la economía debió replantear sus metas, pues es claro que frente al gasto gigantesco de nuestra actividad de pensar perdería toda importancia lo que se ahorrara por usar las mismas palabras o evitar una nueva ensambladura de lo pensado. Podemos permitirnos comparar la economía psíquica con una empresa comercial. En esta, mientras el giro de negocios es exiguo, sin duda interesa que en total se gaste poco y los gastos de administración se restrinjan al máximo. La rentabilidad depende todavía del nivel absoluto del gasto. Luego, ya crecida la empresa, cede la significatividad de los gastos de administración; ya no interesa el nivel que alcance el monto del gasto con tal que el giro y las utilidades puedan aumentarse lo bastante. Ocuparse de refrenar el gasto de administrarla sería ocuparse de nimiedades, y aun una directa pérdida. Pero importaría un error suponer que, dada la magnitud absoluta del gasto, ya no queda espacio para la tendencia al ahorro. Ahora la mentalidad ahorrativa del dueño se volcará a los detalles y se sentirá satisfecha si puede proveer con costas menores a una función que antes las demandaba mayores, por pequeño que pudiera parecer ese ahorro en comparación al nivel total del gasto. De manera por entero semejante, también en nuestra complicada empresa psíquica el ahorro en los detalles sigue siendo una fuente de placer, como sucesos cotidianos nos lo pueden demostrar. Quien debía iluminar su habitación con una lámpara de gas y ahora instala luz eléctrica registrará un nítido sentimiento de placer al accionar la perilla, mientras permanezca vivo en él el recuerdo de los complejos manejos que se requerían para encender la lámpara de gas. Así también seguirán siendo una fuente de placer para nosotros los ahorros de gasto de inhibición psíquica que el chiste produce, aunque ellos sean ínfimos en comparación con el gasto psíquico total; en efecto, por ellos se ahorra un cierto gasto que estamos habituados a hacer y que también esta vez nos aprontábamos a realizar. El aspecto de ser esperado el gasto, un gasto para el cual uno se prepara, pasa inequívocamente al primer plano. (…) Así, con una mejor intelección de los procesos psíquicos del chiste, el factor del alivio remplaza al del ahorro. Es evidente que es aquel el que proporciona el mayor sentimiento de placer. El proceso sobrevenido en la primera persona del chiste produce placer por cancelación de una inhibición, rebaja del gasto local; sólo que no parece aquietarse hasta alcanzar el alivio general mediante la descarga por la mediación de la tercera persona interpolada.” (ibid, V.8. El chiste y su relación con lo inconciente. Parte sintética. Los motivos del chiste. El chiste como proceso social. 1905).
Nos interesa que se observe cómo Freud encuentra lo que se podría llamar como el “mecanismo de placer cotidiano”, en contraposición con un mecanismo de placer de índole sexual, y queremos volver a recalcar cómo el placer en el juego de palabras y pensamientos es el elemento que finalmente “activa” todo el resto de gasto placentero. Este recalque lo hacemos debido a que la psique humana la hemos de suponer cargada de tales juegos, por lo menos en un cierto nivel de lo inconciente, y en tanto sea así, suponemos que tales juegos y asociaciones en principio inconcientes son una manera cotidiana y permanente de la tramitación de pulsiones. Finalmente, queremos llegar a la conclusión de que este gasto de tipo placentero, si bien es muy apreciado por los seres humanos y natural de su estructura y funcionamiento psíquico, no siempre le es accesible. Freud observa tales aprecio e inaccesibilidad, así: “(…) Aunque el trabajo del chiste es un excelente camino para ganar placer desde los procesos psíquicos, harto se ve que no todos los seres humanos son capaces en igual manera de valerse de este medio. El trabajo del chiste no está a disposición de todos, y en generosa medida sólo de poquísimas personas, (…) Por lo tanto, en las cabezas graciosas hemos de presuponer particulares disposiciones o condiciones psíquicas que permitan o favorezcan el trabajo del chiste.” (ibid, V.8. El chiste y su relación con lo inconciente. Parte sintética. Los motivos del chiste. El chiste como proceso social. 1905).
Ahora, este fenómeno del juego de palabras y pensamientos en lo inconciente compete plenamente al principio de placer. La psique siempre está en la búsqueda del reposo, pero el pulsionar de Eros y destrucción le proporcionan elevamientos de potenciales energéticos cuyo alivio efectivo motiva sensaciones placenteras en tanto conducen a una aproximación al estado de reposo ideal. Volviendo a un tema discutido hace algunos párrafos, podemos deducir que si la actividad sublimada es también una compensación de las pulsiones inconcientes, podemos entonces asignarle a estas actividades un monto de placer, no sexual, pero sí relacionado en su calidad con el placer proporcionado por el chiste, la chanza e incluso el juego de palabras. Pero aún queremos identificar una interrelación conceptual en este sentido. Hemos establecido que la psique humana ha logrado un nivel evolutivo muy conveniente y destacado para el ser humano en la naturaleza, básicamente gracias a la versatilidad mostrada por lo psíquico, para asimilar los cambios en el medio ambiente. Sabemos que no todas las especies animales han podido aprovechar tal versatilidad, pues la evolución y su proceso de selección natural las dotó, en su momento, de armas y de una constitución fisiológica y anatómica muy apropiadas para su respectiva subsistencia.
Es tal versatilidad la que, de acuerdo con nuestros desarrollos anteriores, nos sentimos con el derecho de denominar facultad pedagógica o de aprendizaje . Y es con esta facultad pedagógica con la cual pensamos que se han de relacionar unos montos de placer, por lo menos en virtud de ser el aprendizaje una actividad humana como cualquier otra. Aprender es -y esperamos que finalmente se haya entendido así- evolucionar. Podemos asimilar que, igualmente, lo que llamamos “interés” en cuanto al aprendizaje, esté muy relacionado con lo que hemos llamado “el mecanismo del placer cotidiano”, sobre todo si pensamos que la evolución psíquica parte de la premisa del aprendizaje. Los montos de placer logrados por la psique en la actividad sublimada, son los que finalmente parecen entonces determinar la valoración de tales tareas o actividades humanas. Hemos de considerar la valoración como un sentimiento subjetivo, relacionado con una sensación proveniente del exterior, que posee a su vez la cualidad de poder identificarse con sensaciones provenientes del interior psíquico, y que igualmente terminan por percibirse en el yo. El modo en que las sensaciones externas logran, de una manera cualitativa, armonizar o resonar mejor con las sensaciones internas, tendrá una correspondencia en los montos de placer percibidos por el yo. Estos montos de placer cotidiano, originados en la actividad inconciente humana, son los verdaderos generadores de valor, de los actos y obras humanas. Así, en principio, la economía mide básicamente la capacidad de goce de las personas.

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