lunes, 31 de marzo de 2008

7. LO ESTÉTICO Y EL PLACER EN EL APRENDIZAJE: LA MEDIDA CORRECTA.

En los animales más complejos, el acto sexual está cada vez más distanciado en el tiempo, pero las percepciones previas están más enriquecidas por lo que hemos llamado montos de placer psíquico. Este enriquecimiento y variedad perceptiva sólo pueden obedecer a una motivación específica de satisfacción o placer psíquico, útil para el ejercicio de la sexualidad, y por lo tanto, apropiado para la selección natural y sexual. Tales montos de placer psíquico, correspondientes con la teoría del placer previo de Freud, sólo pueden ser, para el caso de muchas especies animales, de tipo estético, y de esta manera, entendemos que la clara tendencia a la reproducción sexuada de las especies vivas, obedece a una cierta direccionalidad, igualmente de tipo estético. La estética, según esto, está vinculada a una espera en la resolución de las pulsiones y por lo tanto, a una economía de las mismas.
No tenemos manera de medir lo pulsional o libidinal de manera directa, y debemos suponer una fuente energética libidinal, cuyo poder no parece tener límite. Así, aunque el aparato psíquico logre una funcionalidad cada vez más eficaz, la energía libidinal disponible no se agotaría. Más bien, lo que observa Freud es una energía libidinal que el yo apenas sí logra contener y manejar, manteniéndose siempre en el límite de sus capacidades. También podemos comprobar esto si acudimos a la medición “indirecta” de la capacidad psíquica, de acuerdo con los recursos económicos o materiales logrados por los seres humanos, para su subsistencia. Ya hemos visto que los recursos económicos han sido siempre crecientes, desde los primero datos que se pueden inferir de los registros históricos, y no parecen tener un límite específico. La estética, para nuestros efectos, es el término resumido, mediante el cual se declara la pertinencia de la o las actividades que realiza el individuo, tanto para su propia subsistencia, como para la subsistencia de su comunidad y de la especie humana, en general, pues es un término enriquecido por el concepto del goce.
La capacidad de goce mencionada, los montos de placer cotidianos, poseen en los seres humanos una cierta restricción. Observamos, en primer lugar, que estos montos de placer asignados a una cierta actividad humana poseen una cualidad directamente ligada a su cantidad. Freud ya lo observa cuando trata acerca del placer en el chiste. El juego de palabras ocasiona un cierto monto de placer, relativamente pequeño, el cual, sin embargo, da paso al desarrollo de un monto de placer un tanto mayor con la chanza, la cual finalmente, logra desatar el placer del chiste. En este caso, Freud define el placer previo, tal como lo sería el placer del chiste, como aquel que sirve para desencadenar un placer mayor. Sin embargo, no es el chiste y el desencadenamiento de placer mayor, la situación cotidiana por excelencia, destinada a la construcción de la cultura y la civilización. Son las actividades sublimadas las que ocupan ese lugar preferencial, aunque, como ya lo vimos, siempre habremos de asignarles, por lo menos, un cierto monto mínimo de placer.
Por la definición que le hemos dado, basándonos para ello enteramente en Freud, como “constructoras” de cultura, la actividad sublimada de las personas se corresponde con una búsqueda o aprendizaje, basados en la manera de mejorar la eficiencia para la satisfacción pulsional. Sabemos que tal exigencia en la eficiencia psíquica, obedece a los cambios cada vez más vertiginosos a que son sometidos los seres vivos, y en particular los seres humanos, en su medio ambiente. Así, concluimos que cualquier actividad de sublimación, podrá ser enteramente identificable con el aprendizaje. Es por eso que las actividades humanas, a pesar de poseer amplios troncos comunes, se van diversificando tanto, que parece que cada ser humano, finalmente, es el responsable por una actividad sumamente específica en el marco de su sociedad o comunidad. Y con esto, sabemos que nos aproximamos de nuevo a aquel concepto mercantil de “mercado meta”.
Cualquier acto humano, sin embargo, para ser calificado de sublimado, de constructor de cultura, ha de pasar por varios juicios y valoraciones. Si partimos de nuevo, de la idea de que tales actos humanos, por mínimos que sean, son manifestaciones que combinan de alguna manera las dos pulsiones básicas, Eros y destrucción, los juicios que habremos de elaborar no podrán ser tan sencillos y claros. Podríamos establecer en principio, el criterio de que un acto se puede considerar sublimado si garantiza la subsistencia del individuo actuante y de su comunidad, en plazos de tiempo cada vez más largos, prevaleciendo en esto el criterio Eros por sobre el criterio destrucción. Es decir, tal acto permite la proyección de tal individuo y su comunidad en futuros de mayor alcance cada vez. En términos de selección natural y sexual, esto implicará un mayor predominio de ambos, individuo y comunidad, y de hecho, el criterio que exponemos de acto sublimado es un criterio que parte de los conceptos evolutivos.
Pero tal definición, por acertada que nos pueda parecer, adolece de otra variable. Se trata de una construcción compleja, soportada por la pulsión Eros, cuya manifestación es la sexualidad. Ya hemos mencionado que no nos es posible averiguar por lo pronto, cómo se organizan las fuerzas y energías orgánicas que intervienen en el devenir evolutivo de los seres vivos, para llegar a ser la sexualidad la función básica orgánica por excelencia, para la reproducción de las especies más complejas. Pero además, ser también la sexualidad el patrón de comportamiento eficiente en el éxito evolutivo. El hecho es que si consideramos que gracias al mecanismo pulsional establecido en la psique de los seres vivos, todos los actos generan en el yo -esté este más o menos desarrollado, según la especie de que se trate- un monto de placer, habremos de suponer que las decisiones tomadas al realizar un acto, una tarea o actividad cualquiera, están sujetas a encontrar de nuevo dichos montos de placer, pues lo pulsional se lo exige así al yo, y de manera constante.
La organización psíquica humana, basada en el desarrollo de la sexualidad, percibe sin embargo que aquel placer que es sentido como descarga física o fisiológica, no es muy duradero, y que los actos que los promueven no necesariamente están garantizando la subsistencia por períodos de tiempo más largos. El ser humano posee una constitución anatómica relativamente débil en comparación con casi todo el resto de las especies animales, y por eso la exigencia física o fisiológica ha de ser tomada siempre de manera mucho más mesurada que en el caso de las otras especies animales. Es claro que, por el contrario, la gran fortaleza psíquica que poseemos con respecto a las demás especies, nos permite desplazar los requerimientos pulsionales primarios hacia otras actividades, aunque en muchos casos tales desplazamientos le signifiquen a las personas otros tipos de problemas. Básicamente, tratamos con problemas de equilibrio en el trámite pulsional. En las especies animales, tales problemas no parecen ser tan frecuentes ni fatales, pues lo pulsional está muy ligado a su fisiología y anatomía. En el ser humano, tal ligazón ha sido muy afectada por la evolución psíquica o comportamental.
Pero muy fácil observar y concluir que la persona que consigue un buen equilibrio psíquico, logra y posee grandes oportunidades para su subsistencia y la de su comunidad. Observar una persona “equilibrada” es un proceso que evaluamos bajo muy diferentes parámetros. Un parámetro que puede resultar familiar, es el grado de identificación que logramos con esa persona. Reconocemos la validez de sus opiniones y de sus actos casi al instante, y por eso mismo, puede lograr influir en la manera de actuar y de pensar de todos los que lo rodean. Casi siempre están liderando empresas y colectivos humanos. Al hacerse rodear de más personas, logra mejorar ostensiblemente sus opciones de subsistencia. Reconocemos en ella una virtud de liderato, pero también, y bajo nuestro punto de vista y discurso, una gran capacidad pedagógica. Y con esto, encontramos otro criterio para la definición de acción sublimada: aquella que logra, además, el acompañamiento motivado de otras personas de la comunidad, cuando este acompañamiento posee igualmente un criterio investigativo de base, pero que logra en los acompañantes, a su vez, una independencia de juicio o de criterio. En otras palabras, cuando a partir de los juicios y actos de la persona líder, se forja una “escuela” que a su vez amplía, profundiza y diversifica los juicios y actividades de ese líder. En ese sentido, tal manera de actuar se asimila muy bien con la práctica terapéutica psicoanalítica, pero también con la práctica de la escuela gremial.
Sabemos igualmente, por el estudio del psicoanálisis, que tales manifestaciones de identificación y de formación de “masas” poseen una raíz pulsional libidinal. Cuando una persona o un objeto dan origen a procesos de identificación, en una comunidad, se gesta en esta un proceso muy similar al de los padres con sus hijos: una dependencia primera, que se elabora con el lenguaje y el acto ejemplar -quitándole a esta palabra su particular connotación positiva-, pero que debe servir para la posterior independencia. Tal proceso nos deja en claro que no es muy común encontrar personas que posean independencia absoluta en sus acciones. Lo que se puede observar es un mayor disfrute o convicción en ellas. Partimos entonces del concepto de que una de las diferencias psíquicas fundamentales en los seres humanos se basa en la capacidad que poseemos de lograr mayores montos de placer con cada acción que realizamos, independientemente de que sean estas de características sublimadas o no. La otra diferencia psíquica es la capacidad de sublimar, propiamente dicha. Considerando la primera, la capacidad de lograr mayores montos de placer, hemos de considerar entonces que tales montos de placer son las cantidades psíquicas percibidas, correspondientes a la sensación fisiológica percibida. No podríamos asignarles una mera virtualidad, pues como medios de derivación para la satisfacción pulsional, han de tener una efectividad real. Por lo tanto hemos de entender tales montos de placer como reales descargas energéticas, pero que se encuentran limitadas a lo psíquico.
Así, las actividades sublimadas son más efectivas mientras más logren, en su autor, descargas de placer psíquicas. No sería otra la definición de “placer intelectual”. Pero, como bien lo observa el psicoanálisis, la capacidad de goce del ser humano es limitada, y tal limitación compete básicamente al mecanismo de la represión. Para el neófito en los temas psicoanalíticos, sería muy útil la lectura de textos de Freud relacionados con la inducción a este tema, tales como las Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1916) Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis (1932) o Esquema del Psicoanálisis (1937), entre otros. Sin embargo, trataremos de dar alguna claridad respecto a ciertos conceptos psicoanalíticos que aquí tocamos, incluyendo citas de los textos mencionados. Sabemos por el psicoanálisis que el aparato psíquico humano comprende una base inconciente “amplia”, el ello, que soporta al yo, “región psíquica” desarrollada o evolucionada a partir del ello, para intervenir cada vez más eficientemente en el trámite de las solicitudes del medio ambiente y de las solicitudes pulsionales del ello. El yo posee a su vez un estructura “superficial” o conciencia, que es la parte que más “conocemos” de nuestra propia psique. Sin embargo, sabemos que el yo debe estar constantemente tratando de mejorar el trámite de las exigencias de lo exterior y del interior. Y en particular, cuando se trata de las pulsiones internas, el ser humano, si bien ha logrado habilidades que no se encuentran en ninguna otra especie, las exigencias no por eso son menores. El yo está muy exigido, con el fin de solventar las exigencias del medio externo, a derivar buena parte de la exigencia pulsional primaria, en actividades pulsionales que derivadas de aquella, sirvan a fines más allá de lo orgánico-fisiológico.
Es por eso que, mediando entre el yo y el ello, se ha desarrollado un campo de “alta resistencia” a lo pulsional proveniente del ello, inconciente. Es la manera de refrenar lo pulsional y derivarlo hacia actividades más apropiadas para la subsistencia humana. Es claro que en un momento de la evolución de los homínidos, el comportamiento instintual adquirido por los prolongados y lentos cambios evolutivos del tipo fisiológico-anatómico, ya no era conveniente. Pero, aún más, habría de coincidir tal época, en el primitivo ser humano, con una estructura psíquica que estaba en un punto ideal, para enfrentar los exigentes cambios del medio ambiente, y lograr la subsistencia tal vez amenazada en esa época, de manera dramática.
Sin embargo, las nuevas exigencias que comienzan a imponerle al yo las solicitaciones externas, exigencias estas que muy seguramente tuvieron qué ver con una subsistencia seriamente amenazada, hacen que entre el yo y el ello se establezca aquel campo de alta resistencia al paso de las fuerzas pulsionales provenientes del ello. Históricamente, es lógico pensar que el establecimiento de tal campo de resistencia provenga de los hechos descritos por Freud en su texto Tótem y Tabú. El asesinato de un padre plenipotenciario, planeado y llevado a cabo por un grupo de hermanos exiliados del clan familiar. El festín subsiguiente que celebra una “liberación”, con un acentuado y lógico carácter sexual, y el arrepentimiento posterior. La dureza de las condiciones medio ambientales debieron restringir en mucho, sin embargo, las posibles celebraciones y las siempre necesarias mociones pulsionales, provenientes del ello, tanto las eróticas como las destructivas. Podemos suponer un muy largo período de tiempo durante el cual las incipientes comunidades humanas tuvieron que adoptar muy severas medidas restrictivas para sus deseos pulsionales primarios. Cualquier ser humano que quisiera sobrevivir a aquel muy probablemente duro periodo prehistórico, se vería forzado a exigir de su yo, la generación de un fuerte filtro energético para el trámite pulsional. Así, el aparato psíquico, evolucionado en un soma que propicia tal cambio, desarrolla aquel campo de resistencia a las fuerzas pulsionales, quedando este campo como herencia filogenética y funcional del aparato psíquico.
Sin embargo, tal pantalla de restricción entre el yo y el ello psíquicos, tan fuerte y fundamental como lo puede ser cualquier formación primigenia en la organización de los seres vivos, pasa a ser precisamente una suerte de obstáculo que ha de vencerse de manera “prudente”, una vez los seres humanos van tomando ventaja sobre el medio ambiente a través del fortalecimiento y crecimiento de las comunidades. Al campo energético de la represión, en tanto benefició la formación de comunidades humanas más sólidas y grandes, podemos asignarle una valencia en la pulsión Eros, la que une. De otro lado, la pulsión Eros, a través de la sexualidad, hace una apropiación extensa de las demás pulsiones humanas, que hubieron de desarrollarse en virtud de la conformación y posterior desarrollo de las sociedades. Es por eso, tal vez, que Freud termina por observar cómo la psique humana está altamente influida por lo sexual en gran parte de sus funciones, haciendo que pulsiones que en un principio poseen una funcionalidad fisiológica muy diversa, terminen por tener caminos de identidad con lo sexual.
El mecanismo de la represión, como un obstáculo que se debe superar, se convierte en un filtro que permite refinamiento y mejora en su eficiencia, desde el yo. Este desarrollo hacia la eficiencia en el trámite de pulsiones, ha permitido el fortalecimiento de las sociedades actuales. La presencia social, es día a día más fuerte y predominante que nunca, en el individuo. Pero precisamente la “protección” que ejerce la masa social hace que las personas se sientan cada vez más presionadas a mayores refinamientos en su mecanismo psíquico, todo con tal de conseguir satisfacciones más prologadas y frecuentes para sus necesidades fisiológicas y vocacionales. El ser humano ha obtenido resonantes logros en cuanto al bienestar fisiológico -sin que por eso tenga nada asegurado en el largo plazo-, todo gracias a los logros psíquicos evolutivos. Sin embargo, a pesar de tal “adelanto” en lo psíquico, tanto la sociedad como sus individuos no pueden sentirse más desprotegidos e indefensos cuando se encuentran con “cuadros” patológicos psíquicos muy potentes, sean estos individuales o colectivos.
De hecho, hasta el momento no ha sido posible encontrar una formulación importante y universalmente valedera para definir el “mejor comportamiento posible”. De acuerdo con nuestro discurso, tal comportamiento toca con la manera en que se va conformando nuestra herencia filogenética psíquica, es decir, nuestro “comportamiento óptimo” se ha construido paso a paso, en la medida en que ciertas actitudes humanas han garantizado la subsistencia de las comunidades hasta ahora existentes, y de la especie humana en general. La psique humana se ha visto obligada a perfilarse de tal manera que los cada vez más necesarios y refinados actos diversos de lo fisiológico, logren generar ciertos montos de placer de carácter más psíquico que fisiológico. Tal manera de actuar, y gracias a los montos de placer generado, garantiza la permanencia en el tiempo de relaciones interpersonales, a diferencia de las relaciones de tipo específicamente sexual. La combinación de ambos fenómenos en el actuar humano, a saber, la generación de montos de placer tasados y la adquisición de un mayor número de relaciones interpersonales, durante periodos de tiempo más prolongados, es lo que llamaremos el goce en lo social-comunitario.
Es necesario aclarar que las relaciones interpersonales no son planas ni simétricas, más si consideramos que el origen de tales ligazones se encuentra en el núcleo familiar. Freud encuentra en el comportamiento humano un fenómeno determinante, cuya manifestación más visible se da en la infancia y que es el núcleo filogenético del origen de las comunidades: el complejo de Edipo. A través de la observación del comportamiento del niño con respecto a su familia, se deduce que todas las relaciones interpersonales del individuo se caracterizarán por la manera en que este ha logrado superar el meollo edípico. La primera relación padre-hijo, se prolonga en la relación maestro-aprendiz. La relación entre hermanos, se prolonga en la relación gremial. Tales interrelaciones propician el crecimiento de las sociedades en virtud de lo que se puede llamar un principio sinérgico: un todo que funciona más eficientemente que la suma de sus partes. Consideraremos, desde una perspectiva funcional a “las partes” de una comunidad, como los gremios que la componen: los agricultores, los transportadores, los industriales, etc.
Así, no podemos menos que observar, desde esta perspectiva, que, considerando el origen nuclear familiar, es un criterio pedagógico el que rige el progreso de tal estructura socio-económica. Por eso consideramos el actuar humano cotidiano como motivado por la necesidad vocacional, necesaria a su vez para la subsistencia del individuo en el marco de su comunidad, y que le exige estar en un continuo proceso de aprendizaje. Tal proceso de aprendizaje le permite al individuo la maduración de su yo psíquico, mejorando su rendimiento en la adquisición se recursos y su posición económica. Por tal razón, hablaremos, no del goce en el actuar social, si no del goce en el actuar pedagógico, inductor efectivo del crecimiento sinérgico de la sociedad.
El ser humano somete al yo a una exigencia siempre creciente y de acuerdo con la velocidad de cambio en las exigencias externas, y trata de sortear tal exigencia por el único medio del aprendizaje, el desarrollo y refinamiento del mecanismo de la represión, pues aunque buena parte de la humanidad ya no vive la aprehensión prehistórica de la desaparición de la especie, esta perspectiva mantiene su latencia de manera potente. El aprendizaje equivale a la apretura de canales, circuitos o filtros apropiados en el campo de las resistencias psíquicas, que permitan trámites más inmediatos y sin mayores pérdidas, de las pulsiones primarias provenientes del ello, inconciente. En tal apertura el logro de nuevos significantes lingüísticos es fundamental, pues la palabra posee una funcionalidad de primer orden en el establecimiento normativo cultural y en las nuevas adquisiciones culturales.
El lenguaje posee las mismas características de los seres vivos desde el punto de vista filogenético. En los tiempos prehistóricos un fonema podría tener una gran cantidad de significantes. Con el desarrollo de la cultura y de las sociedades, los fonemas se vuelven más complejos, para delimitar mejor los significantes, y encontrar así la mejor manera de establecer las muy necesarias leyes que posibilitaran la convivencia. Pero la diversidad de fonemas se adquiere, tal como lo han encontrado los lingüistas, por combinaciones, derivaciones y variaciones de una manera muy similar a como se han generado las especies de seres vivos más complejas, desde las más simples. Así, las palabras de una lengua actual, encierran fonemas con significantes antiguos, cuyo valor hubo de ser tan alto, como para depender de ello la subsistencia de alguna antigua comunidad, en algún momento de la prehistoria. Es por eso que las palabras actúan como “recipientes” de ciertos significantes y simbolismos que mueven, de manera efectiva, las energías psíquicas desde el ello, de ahí que tal vehículo lingüístico se haya constituido en la base efectiva, tanto del tratamiento psicoanalítico, como del establecimiento de regulaciones o legislaciones para la convivencia humana, pero también de la pedagogía. Esto sin perder en ningún momento los vínculos con los significantes más arcaicos, tal como sucede en los animales, cuyo núcleo fisiológico y comportamental permanece casi intacto, funcional y perceptible, pero oculto en medio de las complejidades adquiridas por los sucesivos periodos evolutivos, tal como puede suceder con el motor de un automóvil muy sofisticado.
Los significantes de las palabras están determinados por otros aspectos, igualmente muy importantes: la entonación, las circunstancias externas, la gestualización, el encadenamiento lingüístico en el que se inserta, etc. Lo que queda claro al respecto es que una limitante psíquica atribuible al mecanismo de la represión, y que restringe y hace inefectivo el ejercicio vocacional en provecho de la comunidad, se debe a una limitante en los significantes adquiridos por el individuo para ciertas descripciones lingüísticas. Casi siempre tales limitaciones conceptuales se corresponden con la manera en que el individuo ha superado el nudo de afectos originado en el complejo de Edipo. Es decir, la ineficiencia de los actos humanos para la consecución de recursos propios para la subsistencia, proviene de trámites inadecuados para las satisfacciones pulsionales primarias, propias de los primeros periodos de la infancia humana. Decir que “la culpa es de los padres” no sería de ninguna manera acertado, pues se trata de un proceso evolutivo másico y general, cuyas variantes pueden ser prácticamente infinitas, pero siempre con uno topes límites mínimos y máximos. El devenir evolutivo humano ha movido tales topes, que siempre pueden ser medidos en términos económicos, se comportan de manera siempre creciente.
Vale realmente la pena entonces considerar un esfuerzo para establecer nuevos lazos significantes entre las palabras, como una manera básica para superar las barreras del exigente mecanismo de la represión psíquica. Pero finalmente, la dificultad de forjar tales nuevos lazos estriba en el hecho de que los significantes buscados poseen una intrínseca relación con la sexualidad adherida a los afectos familiares. No podía ser de otra manera, pues la adquisición de nuevos elementos para la superación de la represión psíquica, sólo puede ser efectiva si contienen el sentimiento placentero.
La exigencia al yo humano actual de que hablamos, el desarrollo de refinamientos para el manejo de las resistencias psíquicas, con el correspondiente logro de mayores montos de placer psíquico, posee varias características. En primer lugar, tal exigencia mueve el comportamiento humano más cercano a lo instintual-fisiológico o inconciente, que a la voluntad racional y conciente. El ser humano intuye que tal esfuerzo en el yo es necesario si desea mantener sus posibilidades actuales de subsistencia. Esta es la motivación básica del aprendizaje. Tal motivación, por su características, nos sentimos con el derecho de asignarla a lo inconciente, como una construcción básica del mismo. Además obedece plenamente a un cierto resurgimiento de la necesidad de encontrar satisfacciones de tendencia egoísta, en lo pulsional.
Sin embargo, el desarrollo alcanzado actualmente en el orden social, vuelven más fuerte al yo, con lo cual los desarrollos en el mecanismo de la represión alcanzan mejores grados de refinamiento. El logro de dicha fortaleza psíquica, se apoya ampliamente en la labor pedagógica, que garantiza que los jóvenes sujetos aprenderán las mejores bases para su desempeño en la sociedad. Tales bases no son disciplinas o materias específicas. Son las que se cimientan en la primera infancia, durante la cual los padres, los familiares y las personas próximas actúan como pedagogos fundamentales. Aquí se encuentran los primeros elementos de cultura, los que indican la manera en que se ha de desempeñar el individuo para lograr la convivencia social aceptable, la que permite una consecuente subsistencia de la comunidad. En resumidas cuentas, el yo se exige de una manera no académica, totalmente intuitiva o mejor, instintiva, en el cómo hacer, pero también está construyendo su propio camino vocacional, el qué hacer.
Consideramos que han sido Freud y las escuelas psicoanalistas quienes han dado los pasos más definitivos hacia la reflexión de lo pedagógico. Este texto pretende continuar con dicha labor. La mercadotecnia y la pedagogía que denominaríamos “tradicional” igualmente han aportado algunos elementos en tal sentido, aunque los conceptos construidos a través de estas disciplinas parecen diluirse en una infinidad de sub-conceptos que terminan por perder los más importantes enfoques comportamentales.
Queremos hacer notar que en esencia, la ética comportamental ha de basarse en un criterio estético que implica el goce cuya primera fuente es la libidinal, y el criterio pedagógico que depende de un compromiso afectivo con los demás individuos de la comunidad o de la sociedad, cuyo origen se ha encontrado en el mecanismo de la identificación. Sabemos sin embargo que la identificación es un logro de la psique mediante el cual el yo establece lazos libidinales con personas u objetos externos. En esencia, la ética del comportamiento se basa en el manejo que logra el yo psíquico de las fuentes libidinales, para lograr la subsistencia del individuo y, a través de esta, la subsistencia de su comunidad y de la especie. Podríamos identificar la ética con la capacidad de goce, de estética. La “energía” que logramos imprimirle a nuestros actos y obras los hace valiosos a nuestros ojos y a los de nuestra comunidad, pero esa misma “energía” nos hace valiosos como personas, a los ojos de los demás. En ambos casos, obtenemos satisfacciones de origen narcisista, pero que en el primer caso no posee el valor de la “seguridad” que posee en el segundo caso.
En general, podemos observar dos actitudes de comportamiento extremas y en cierto modo opuestas, en los seres humanos. De un lado, una labor pedagógica que en su presentación adolece del conocimiento de oficios prácticos, a excepción de una cierta actitud ante las circunstancias de la vida. Una labor que para ser apreciada y valorada, se debe asociar con montos destacados de energía psíquica por parte del maestro, para lograr un cierto dominio de la voluntad del aprendiz. De otro lado, la elaboración o construcción de una tarea u obra específica muy acabada, sea científica, artística o técnico-artesanal, pero que no es enseñada, en el sentido comunicativo y pedagógico. En el primer caso, de manera positiva, encontramos una labor pedagógica de enseñanza suficiente por sí sola, para ser valorada, en virtud de la profundidad y utilidad que muestra para las actividades humanas, típica de estadistas y administradores. En el segundo caso, una obra de cualquier tipo que logra tal significación para el ser humano, que no requieren más elaboraciones y presentaciones para manifestar su propia valía. Obrar típico de artistas y científicos consagrados.
Tales casos extremos, el pedagógico por excelencia y el constructivo por excelencia, se denominan usualmente genialidades, pero no son los más comunes. Sólo el primero de ambos casos actitudinales posee un correspondiente negativo, de tipo dictatorial o esclavista, y de tendencia sado-masoquista, que se entiende porque lo pedagógico debe tener una base de trabajo, obra u oficio para ser más válido y efectivo en la subsistencia humana. Lo pedagógico por sí solo puede convertirse muy fácilmente en un concepto ligado a lo dominante o dictatorial unilateral. Pero en los mejores términos, los dos casos extremos que hablamos, el “puro vocacional” y el “puro pedagógico” se corresponden plenamente con una situación estadísticamente muy escasa, en la cual el mecanismo psíquico del individuo logra encontrar específicamente una actividad bien determinada sobre la cual pueden activarse las descargas placenteras psíquicas de manera muy efectiva. El yo ha logrado que las pulsiones primarias sorteen muy bien los obstáculos actuales de resistencia inconciente, gracias a una particular organización que facilita comportamientos muy apropiados para la subsistencia, y que hasta un cierto punto, podríamos llamar casual. Tal conformación comportamental logra valoraciones de actos relativamente altas. En el resto de los casos, la gran mayoría, los individuos logran descargas placenteras más parciales, con valoraciones respectivamente proporcionales.
La evaluación de cómo el parámetro estético incide en nuestra evolución humana, es mucho más concreta y usual que cualquier otro tipo de evaluación de los otros parámetros. El principio del placer previo de Freud, nos permite establecer que todas las actividades cotidianas humanas poseen como objetivo servir a tal principio, como actos que proporcionan placer previo, pero cada vez más dilatados en el tiempo. En tanto una obra o trabajo dado implica lo estético en el ser humano, es debido a que cada componente de tal trabajo y la implicación de otras personas en la ejecución del mismo, han proporcionado unos montos de placer psíquico previo, que, a modo como lo hace el chiste, logra activar ciertas fuentes de placer en el otro. El principio de identificación psíquica o de trasferencia es el responsable de tal activación, y en el otro se genera un movimiento afectivo que ocasiona una valoración psíquica del trabajo u obra presenciado. Tal valoración, luego de evaluar más o menos concientemente muchas circunstancias concomitantes, pasa a corresponderse con términos económicos muy concretos, en cantidades de moneda corriente. A pesar de que las obras humanas en general no tienen porqué tener siempre “un precio”, no le es posible al ser humano desligarse de la moneda y la transacción comercial, pues es este, de una manera muy extendida, el único medio que posee para que su obra, labor o trabajo, siempre cualitativamente invaluable, le garantice su propia subsistencia, igualmente invaluable.

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