lunes, 31 de marzo de 2008

8. EL APORTE PSICOANALÍTICO. LOS MECANISMOS DEL APRENDIZAJE.

Las diferencias en la efectividad del aparato psíquico, que ahora sabemos provienen de la particular habilidad que logra desarrollar el yo en cada individuo, para sortear los obstáculos psíquicos. La reflexión y experiencia psicoanalítica ha abierto importantes puertas conceptuales desde las cuales se puede atacar efectivamente este problema, cuyas consecuencias no dejan de afectar a la humanidad toda, cuando se mira en los términos de la pobreza económica.
Para ser más eficientes en un proceso, debemos conocer sus fundamentos. Cuáles son los fundamentos del mecanismo pedagógico o, lo que es lo mismo, del aprendizaje? Aunque sabemos que se han estructurado muchas teorías al respecto, no conocemos por el momento ninguna con una base psicoanalítica fuerte. Esta condición para nosotros es fundamental, si queremos ser consecuentes con los razonamientos e hipótesis enunciados a lo largo de este texto. Podríamos iniciar aquí, planteando lo pedagógico en Freud, pero sin embargo nos permitiremos hacer uso de material psicoanalítico más extenso, para explicar, desde ese punto de vista, cómo la psique no actúa de manera diferente, cuando se trata del proceso evolutivo, o cuando se trata del más familiar, proceso de aprendizaje.
Cuando Freud enfrenta desde sus comienzos como médico, el material psicoanalítico, lo hace desde la perspectiva de investigar más a fondo las causas de las patologías psíquicas. Elaborar una teoría acerca de los fenómenos de disfunción psíquica por él observados, le daría mejores herramientas en su oficio para la curación. Partiendo de allí, Freud encuentra, primero, unas causas muy probables acerca del origen o “etiología” de la neurosis. Pero, de manera casi simultánea, al enunciar estos causales, debió “crear” o conformar un ámbito sobre el cual tales causales estarían actuando. Así, finalmente, podría esclarecer cuál o cuáles habían de ser los procedimientos más pertinentes para las curas respectivas.
Hemos resumido atrás un poco algunos de los fundamentos que le sirvieron a Freud para mejorar sus procedimientos de cura, fundamentos que, si bien tuvieron un surgimiento casi súbito con los Estudios sobre la Histeria y La Interpretación de los Sueños, fueron gradualmente pulidos y refinados con el pasar de los años mediante sucesivas reflexiones de Freud. No hemos, sin embargo, dado los mejores esclarecimientos respecto al método psicoanalítico, y los esclarecimientos pertinentes y relacionados, respecto a los orígenes de las neurosis. Al respecto, encontramos de Freud: “(…) Esta terapia se basa entonces en la intelección de que unas representaciones inconcientes -mejor: el carácter inconciente de ciertos procesos anímicos- son la causa inmediata de los síntomas patológicos (…). “(…) la traducción de eso inconciente que hay en la vida anímica del enfermo en algo conciente no puede sino traer por resultado corregir su desviación respecto de lo normal y suprimir la compulsión que afecta a su vida anímica. Es que el alcance de la voluntad conciente no va más allá de los procesos psíquicos concientes, y toda compulsión psíquica está fundada por lo inconciente (…)”
“Pero también pueden escoger otro punto de vista para comprender el tratamiento psicoanalítico. El descubrimiento y la traducción de lo inconciente se realizan bajo una permanente resistencia de parte del enfermo. La emergencia de eso inconciente va unida a un displacer, y a causa de este el enfermo lo rechaza una y otra vez. Y bien; ustedes intervienen en este conflicto que se libra en la vida anímica del paciente; si logran moverlo a que, a los fines de alcanzar una mejor comprensión, acepte algo que hasta entonces había rechazado (reprimido) a consecuencia de la automática regulación del displacer, habrán conseguido realizar con él cierto trabajo educativo. Ya es educación, en el caso de un hombre que no abandona fácilmente la cama por la mañana temprano, moverlo a que lo haga. En términos generales, pueden concebir el tratamiento psicoanalítico como una pos-educación de esa índole para vencer resistencias interiores. Ahora bien, en ningún punto es más necesaria esa poseducación en los neuróticos que en lo que atañe al elemento anímico de su vida sexual. Es que en ninguna parte la cultura y la educación han provocado daños tan grandes como aquí, y, aquí justamente, como la experiencia se los mostrará, se hallarán las etiologías de las neurosis susceptibles de ser dominadas; el otro elemento etiológico, el aporte constitucional, nos es dado como algo inmutable (…)”.
“(…) Sé que mi insistencia en el papel de lo sexual en la génesis de las psiconeurosis ha llegado a ser notoria en vastos círculos (…). Tal vez a muchos médicos se les haya ocurrido también vislumbrar, como si fuera el contenido de mi doctrina, que en último análisis reconduzco las neurosis a la abstinencia sexual (…)”. “Pero (…) La privación y la abstinencia sexuales son apenas uno de los factores que entran en juego en el mecanismo de la neurosis; si sólo existiera ese factor, la consecuencia no sería la enfermedad, sino el libertinaje. El otro factor, igualmente indispensable y que se olvida con excesiva facilidad, es la repugnancia sexual del neurótico, su incapacidad para amar: el rasgo psíquico que he llamado «represión». Sólo a partir del conflicto entre ambas aspiraciones se produce la contracción de la neurosis, y por eso el consejo de la práctica sexual sólo rara vez, en verdad, puede calificarse como un buen consejo en el caso de las psiconeurosis.” (Obras Completas, Op. Cit., V.7. Sobre psicoterapia. 1905).
A pesar de saber que nos extendemos con las citas de Freud, no podemos de dejar pasar este otro esclarecimiento: “El reconocimiento de la presencia simultánea de los tres factores mencionados -el «infantilismo», la «sexualidad» y la «represión»- constituye la principal característica de la teoría psicoanalítica y la distingue de otras concepciones de la vida anímica patológica. A la vez, el psicoanálisis ha probado que no hay diferencia fundamental, sino sólo de grado, entre la vida anímica de las personas normales, los neuróticos y los psicóticos. Una persona normal debe pasar por las mismas represiones y luchar contra las mismas estructuras sustitutivas; la única diferencia radica en que sobrelleva estos acontecimientos con menos trastornos y más éxito. Por consiguiente, el método psicoanalítico de indagación puede aplicarse igualmente a la elucidación de fenómenos psíquicos normales, y ha hecho posible descubrir la estrecha relación entre los productos anímicos patológicos y estructuras normales como los sueños, las pequeñas equivocaciones de la vida cotidiana y fenómenos tan estimables como los chistes, los mitos y las creaciones artísticas. Su elucidación se efectuó con mayor extensión en el caso de los sueños, dando allí por resultado la siguiente fórmula general: «Un sueño es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido». La interpretación de los sueños tiene como objetivo la remoción del disfraz que se impuso a los pensamientos del soñante. Es, por añadidura, un valiosísimo auxiliar de la técnica psicoanalítica, pues constituye el método más conveniente para inteligir la vida anímica inconciente.” (ibid, V.12. Sobre psicoanálisis. 1913).
Estas citas nos aportan como conclusión, que es posible pensar, en alguna instancia, el proceso psicoanalítico como un proceso pedagógico “extremo”, para aquellos a quienes ciertas condiciones de la vida han afectado el rendimiento psíquico y su efectividad vocacional. Pero este proceso, relacionado con la situación patológica psíquica que se pretende curar, posee una utilidad en el campo de lo cotidiano, más allá de lo que se podría calificar como patológico. Freud insiste, tanto en el texto citado, como en su Psicopatología de la Vida Cotidiana, que en última instancia, no hay una “frontera” tajante entre la normalidad y la patología psíquicas. Nosotros igualmente habíamos encontrado tal conclusión partiendo de los procesos evolutivos a que está sometida la psique. Los entes psíquicos humanos, poseyendo una base muy uniforme de conformación, son, finalmente, diferentes en su constitución y rendimiento, en virtud de la manera en que hayan logrado superar ciertas expectativas evolutivas. Hasta aquí, los conceptos del psicoanálisis los encontramos de alguna manera útiles para comprender mejor nuestros actos humanos, sin embargo la práctica psicoanalítica, no la podemos aplicar de una manera tan amplia, tal como Freud mismo lo recomienda. Esto nos induce a pensar que, una vez que captamos un gran potencial en el psicoanálisis como materia general, encontramos que no tenemos forma de emplearlo de manera práctica, para el siempre esperado mejoramiento de las condiciones de vida, de aquellos que no consideramos como víctimas de la patología.
Pero si volvemos a nuestra inquietud central, el problema, que no drama, de la pobreza humana, no consideraríamos el problema tan riguroso ni urgente, si nuestra condición de observadores del comportamiento humano, y nuestras adquisiciones culturales, no nos hicieran rechazar como indignas de la especie humana, las condiciones de vida de muchas personas que consideramos como menos afortunadas. Es claro que cualquier diferencia en la eficiencia psíquica, plantea serios problemas para los seres humanos, pues es esta diferencia el causal principal del gasto en la lucha y la competencia. El psicoanálisis, aplicado a los conceptos evolutivos, nos pone en el camino del conocimiento de los mecanismos que causan las diferencias psíquicas por eficiencia, y que han incidido en el fenómeno de la pobreza. Tal situación nos permite mostrar algún camino por el cual, una praxis basada en los conceptos psicoanalíticos, pero también basada en los conceptos de la evolución y del concepto de pedagogía planteado, abra algún camino para el mejoramiento efectivo de la situación de drama económico humano. Creemos que la intrínseca relación entre los mecanismos de la cura psicoanalítica y los procesos de aprendizaje, nos darán alguna claves ciertas para el alcance de nuestro objetivo.
Tal como lo presenta Freud, en el método psicoanálitico la referencia con lo educativo es inevitable. Pero también sabemos que el concepto fundamental del psicoanálisis, lo inconciente, posee una identidad muy clara con lo filogenético, con la historia y la prehistoria de la cultura humana. En este camino, consideramos de vital importancia el análisis de un ingrediente indispensable y es el de la dinámica psíquica que Freud capta durante la aplicación de su método de cura. La dinámica psíquica psicoanalítica está muy determinada por el fenómeno de trasferencia en el procedimiento. Al respecto, Freud escribe: “Cuando uno se adentra en la teoría de la técnica analítica, llega a la intelección de que la trasferencia es algo necesario. Al menos, uno se convence en la práctica de que no hay medio alguno para evitarla, y que es preciso combatir a esta última creación de la enfermedad como se lo hace con todas las anteriores. Ahora bien, esta parte del trabajo es, con mucho, la más difícil. La interpretación de los sueños, la destilación de los pensamientos inconcientes a partir de las ocurrencias del enfermo, y otras artes parecidas de traducción, se aprenden con facilidad; el enfermo siempre brinda el texto para ello. Únicamente a la trasferencia es preciso colegirla casi por cuenta propia, basándose en mínimos puntos de apoyo y evitando incurrir en arbitrariedades. Pero no se puede eludirla; en efecto, es usada para producir todos los impedimentos que vuelven inasequible el material a la cura, y, además, sólo después de resolverla puede obtenerse en el enfermo la sensación de convencimiento en cuanto a la corrección de los nexos construidos.”
“Se tenderá a considerar una seria desventaja del procedimiento, de por sí nada cómodo, el hecho de que multiplique el trabajo del médico creando un nuevo género de productos psíquicos patológicos. Y aun se querrá inferir, de la existencia de las trasferencias, que la cura analítica es dañina para el enfermo. Las dos cosas serían erróneas. El trabajo del médico no es multiplicado por la trasferencia; puede resultarle indistinto, en efecto, tener que vencer la moción respectiva del enfermo en conexión con su persona o con alguna otra. Pero tampoco la cura obliga al enfermo, mediante la trasferencia, a una neoproducción que de otra manera no habría consumado. Si se producen curaciones de neurosis también en institutos que excluyen el tratamiento psicoanalítico; si pudo decirse que la histeria no era curada por el método, sino por el médico; si suele obtenerse por resultado una ciega dependencia y un permanente cautiverio del enfermo respecto del médico que lo liberó de sus síntomas mediante sugestión hipnótica, la explicación científica de todo eso ha de verse en las «trasferencias» que el enfermo emprende regularmente sobre la persona del médico. La cura psicoanalítica no crea la trasferencia; meramente la revela, como a tantas otras cosas ocultas en la vida del alma. La única diferencia reside en que, espontáneamente, el enfermo sólo da vida a trasferencias tiernas y amistosas que contribuyan a su curación; y donde esto no es posible, se alejará todo lo rápido que pueda, sin ser influido por el médico que no le es «simpático». En el psicoanálisis, en cambio, de acuerdo con su diferente planteo de los motivos, son despertadas todas las mociones, aun las hostiles; haciéndolas concientes se las aprovecha para el análisis, y así la trasferencia es aniquilada una y otra vez. La trasferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y traducírsela al enfermo.” (ibid, V.7. Fragmento de análisis de un caso de Histeria. Epílogo. 1905).
“(…) no puedo abandonar el tema de la trasferencia sin destacar que este fenómeno no sólo cuenta decisivamente para el convencimiento del enfermo, sino también para el del médico. Sé que todos mis partidarios sólo mediante sus experiencias con la trasferencia se convencieron de la justeza de mis tesis sobre la patogénesis de las neurosis, y muy bien puedo concebir que no se obtenga esa certeza en el juicio mientras uno mismo no haya hecho psicoanálisis, vale decir, no haya observado por sí mismo los efectos de la trasferencia.” (ibid, V.11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis. V. 1910).
Aunque todas estas anotaciones nos dan una buena idea del fundamento trasferencial del tratamiento psicoanalítico, encontramos que la descripción del fenómeno no puede dejar de remitirnos a otro importante concepto desarrollado por Freud, al explorar otro ámbito del comportamiento humano: “(…) todo ser humano, por efecto conjugado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determinada para el ejercicio de su vida amorosa, o sea, para las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse. Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también varios) que se repite -es reimpreso- de manera regular en la trayectoria de la vida, en la medida en que lo consientan las circunstancias exteriores y la naturaleza de los objetos de amor asequibles, aunque no se mantiene del todo inmutable frente a impresiones recientes. Ahora bien, según lo que hemos averiguado por nuestras experiencias, sólo un sector de esas mociones determinantes de la vida amorosa ha recorrido el pleno desarrollo psíquico; ese sector está vuelto hacia la realidad objetiva, disponible para la personalidad conciente, y constituye una pieza de esta última. Otra parte de esas mociones libidinosas ha sido demorada en el desarrollo, está apartada de la personalidad conciente así como de la realidad objetiva-, y sólo tuvo permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero en lo inconciente, siendo entonces no consabida para la conciencia de la personalidad. Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con unas representaciones expectativa libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de conciencia y la inconciente, participen de tal acomodamiento.”
“Es entonces del todo normal e inteligible que la investidura libidinal aprontada en la expectativa de alguien que está parcialmente insatisfecho se vuelva hacia el médico. De acuerdo con nuestra premisa, esa investidura se atendrá a modelos, se anudará a uno de los clisés preexistentes en la persona en cuestión o, como también podemos decirlo, insertará al médico en una de las «series» psíquicas que el paciente ha formado hasta ese momento. Responde a los vínculos reales con el médico que para semejante seriación se vuelva decisiva la «imago paterna» -según una feliz expresión de Jung (1911-12, pág. 164)-. Empero, la trasferencia no está atada a ese modelo; también puede producirse siguiendo la imago materna o de un hermano varón. Las particularidades de la trasferencia sobre el médico, en tanto y en cuanto desborden la medida y la modalidad de lo que se justificaría en términos positivos y acordes a la ratio, se vuelven inteligibles si se reflexiona en que no sólo las representaciones expectativa concientes, sino también las rezagadas o inconcientes, han producido esa trasferencia.”
“No correspondería decir ni cavilar más sobre esta conducta de la trasferencia si no quedaran ahí sin esclarecer dos puntos que poseen especial interés para el psicoanalista. En primer lugar, no, comprendemos que la trasferencia resulte tanto más intensa en personas neuróticas bajo análisis que en otras, no analizadas; y en segundo lugar, sigue constituyendo un enigma por qué en el análisis la trasferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento, siendo que, fuera del análisis, debe ser reconocida como portadora del efecto salutífero, como condición del éxito. En este sentido, hay una experiencia que uno puede corroborar cuantas veces quiera: cuando las asociaciones libres de un paciente se deniegan, en todos los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él. En el acto de impartir ese esclarecimiento, uno elimina la parálisis o muda la situación: las ocurrencias ya no se deniegan; en todo caso, se las silencia.”
“(…) si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo conciente (llamativa como síntoma, o bien totalmente inadvertida) hasta su raíz en lo inconciente, enseguida se entrará en una región donde la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente no puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso entre sus requerimientos y los del trabajo de investigación. En este punto, según lo atestigua la experiencia, sobreviene la trasferencia. Si algo del material del complejo (o sea, de su contenido) es apropiado para ser trasferido sobre la persona del médico, esta trasferencia se produce, da por resultado la ocurrencia inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia -p. ej., mediante una detención de las ocurrencias-. De esta experiencia inferimos que la idea trasferencial ha irrumpido hasta la conciencia a expensas de todas las otras posibilidades de ocurrencia porque presta acatamiento también a la resistencia. Un proceso así se repite innumerables veces en la trayectoria de un análisis. Siempre que uno se aproxima a un complejo patógeno, primero se adelanta hasta la conciencia la parte del complejo susceptible de ser trasferida, y es defendida con la máxima tenacidad.”
“(…) ¿A qué debe la trasferencia el servir tan excelentemente como medio de la resistencia? (…) Es preciso decidirse a separar una trasferencia «positiva» de una «negativa», la trasferencia de sentimientos tiernos de la de sentimientos hostiles (…) la trasferencia sobre el médico sólo resulta apropiada como resistencia dentro de la cura cuando es una trasferencia negativa, o una positiva de mociones eróticas reprimidas. Cuando nosotros «cancelamos» la trasferencia haciéndola conciente, sólo hacemos desasirse de la persona del médico esos dos componentes del acto de sentimiento; en cuanto al otro componente susceptible de conciencia y no chocante, subsiste y es en el psicoanálisis, al igual que en los otros métodos de tratamiento, el portador del éxito. En esa medida confesamos sin ambages que los resultados del psicoanálisis se basaron en una sugestión; sólo que por sugestión es preciso comprender lo que con Ferenczi (1909) hemos descubierto ahí: el influjo sobre un ser humano por medio de los fenómenos trasferenciales posibles con él. Velamos por la autonomía última del enfermo aprovechando la sugestión para hacerle cumplir un trabajo psíquico que tiene por consecuencia necesaria una mejoría duradera de su situación psíquica.”
“(…) La trasferencia negativa merecería un estudio en profundidad, que no puede dedicársele en el marco de estas elucidaciones. En las formas curables de psiconeurosis se encuentra junto a la trasferencia tierna, a menudo dirigida de manera simultánea sobre la misma persona. Para este estado de cosas Bleuler ha acuñado la acertada expresión de «ambivalencia». Una ambivalencia así de los sentimientos parece ser normal hasta cierto punto, pero un grado más alto de ella es sin duda una marca particular de las personas neuróticas (…)”.
“En la pesquisa de la libido extraviada de lo conciente, uno ha penetrado en el ámbito de lo inconciente. Y las reacciones que uno obtiene hacen salir a la luz muchos caracteres de los procesos inconcientes, tal como de ellos tenemos noticia por el estudio de los sueños. Las mociones inconcientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconciente. Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y realidad objetiva a los resultados del despertar de sus mociones inconcientes; quiere actuar (…) sus pasiones sin atender a la situación objetiva (…). El médico quiere constreñirlo a insertar esas mociones de sentimiento en la trama del tratamiento y en la de su biografía, subordinarlas al abordaje cognitivo y discernirlas por su valor psíquico. Esta lucha entre médico y paciente, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer «actuar», se desenvuelve- casi exclusivamente en torno de los fenómenos trasferenciales. Es en este campo donde debe obtenerse la victoria cuya expresión será sanar duraderamente de la neurosis. Es innegable que domeñar los fenómenos de la trasferencia depara al psicoanalista las mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente ellos nos brindan el inapreciable servicio de volver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie.” (ibid, V.12. Trabajos sobre técnica psicoanalítica. Sobre la dinámica de la trasferencia. 1912).
Esperamos, con esta prolongada cita, haber dado alguna claridad acerca del concepto o problema de la trasferencia, de acuerdo con Freud. Como lo expresamos en un apartado anterior, la trasferencia es un fenómeno que, más allá de la práctica psicoanalítica, se observa de manera enteramente cotidiana como el fenómeno de identificación, el cual Freud desarrolla igualmente en otros de sus escritos, como ya lo vimos. Es por eso que para nosotros la trasferencia plantea un movimiento energético en la psique, investiduras psíquicas de Freud, a partir de la presencia de una persona o de un objeto externo, tal como en la identificación. Freud habla en la identificación de lo común que liga a dos personas o más, pero es claro que lo “no común” está enteramente ligado al proceso. Nos llama la atención que la identidad entre estos dos conceptos no se haya destacado por la escuela psicoanalista, y nos arriesgamos a que se nos tache de simplistas en la comprensión de tales conceptos. Pero luego de estudiar el fenómeno evolutivo psíquico, el goce o lo estético en lo pedagógico, no tenemos otra opción que considerar como de idéntico origen y objetivo el fenómeno de identificación y el fenómeno de trasferencia. La posible diferenciación funcional de ambos fenómenos queda circunscrita a la cotidianidad del uno -la identificación-, con respecto al especial tratamiento que se le da al otro -la trasferencia- en el procedimiento psicoanalítico, y tal diferenciación entre el fenómeno patológico y el fenómeno cotidiano psíquicos, ya ha sido resuelto desde otros puntos de vista.
Veamos ahora que, bajo la perspectiva trasferencial -o de la identificación-, el desarrollo de la práctica psicoanálitica es muy claro. Se trata de ayudar al yo a sortear los permanentes obstáculos impuestos por la represión, con el fin de lograr satisfacer de manera más adecuada, las solicitudes pulsionales provenientes del inconciente. Es un proceso de fortalecimiento del yo. Este proceso de trámite coincide enteramente con la labor pedagógica que ejecutan los padres y acompañantes del niño, durante su primera infancia. En el niño, tal proceso es más “sencillo” pues obedece a “leyes” de comportamiento naturales, ya adquiridas desde los primeros periodos evolutivos por el ser humano. En el joven o en el adulto, el eventual proceso de fortalecimiento del yo es necesariamente más complejo. Así, el manejo de la trasferencia es un ejercicio clave para la inducción al aprendizaje, a la motivación por el emprendimiento y la creatividad. Cuando se diagnostica una patología psíquica dada, el psicoanálisis echa mano del fenómeno trasferencial y, con base en la propia organización psíquica del psicoanalista, aprovecha tales energías para reforzar en el yo sus puntos más débiles. Pero queremos destacar la organización psíquica del psicoanalista, como un sustento de primera mano para el trabajo de cura.
Se sabe que como fundador del psicoanálisis, Freud se somete a un autoanálisis, procedimiento que con tal conceptualización y reflexión, era la primera vez que se lograba en la historia de la humanidad. De hecho, Freud considera muy necesario o perentorio llevarlo a cabo en su momento, pues siendo él mismo una persona normal, intelectual destacado de su época, entiende que no basta la formación psíquica que disfruta en su momento, para enfrentar la tarea psicoanalítica: “(…) Pronto advertí la necesidad de hacer mi autoanálisis, y lo llevé a cabo con ayuda de una serie de sueños propios que me hicieron recorrer todos los acontecimientos de mi infancia, y todavía hoy opino que en el caso de un buen soñador, que no sea una persona demasiado anormal, esta clase de análisis puede ser suficiente (…)” (ibid, V. 14. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. 1914).
Recordemos que el fortalecimiento psíquico es fortalecimiento del yo, junto con sus “componentes” el preconciente y lo conciente. Pero también consideramos que el mecanismo de la represión ha de modificarse en tal proceso. El ello inconciente ya posee una base formativa muy sólida que engloba la herencia filogenética desde los albores del origen mismo de la vida. Freud entiende que asumir una terapia o disciplina de autoanálisis psíquico, le hará más eficiente en el trámite del fenómeno trasferencial, el punto más complejo de manejar en el ejercicio de la terapia a terceros. Ya hemos considerado lo que implica un yo fuerte en una persona: básicamente, gran capacidad pedagógica o de hacerse comprender, además de la capacidad de liderar tareas y obras, conservando la independencia e integridad de las personas que implica en su labor. Y, aparentemente por defecto, pero siendo el causal primero de todo este esfuerzo por el fortalecimiento del yo, se implica la capacidad de lograr una buena posición económica para la subsistencia.
Ahora, hemos asignado a la labor pedagógica un papel en la formación del niño. Pero definitivamente, se sabe que el aprendizaje, como resultado de lo pedagógico, no es un proceso exclusivo de las primeras etapas de la vida del ser humano. El aprendizaje es un proceso que se vivencia durante todas las etapas de la vida, y está íntimamente ligado con el desarrollo de la misma. Si es así, hemos de asumir, de nuevo, que el ser humano está obligado a ejercer una labor auto-pedagógica a lo largo de su existencia, así como a lo largo de su evolución. El sentido de tal labor no es otro que el fortalecimiento del yo. Pero ya hemos hablado igualmente de cómo todas las actividades del ser humano están acompañadas de la generación de montos de placer psíquicos y fisiológicos, pero que para el caso de “la” actividad psíquica por excelencia, el aprendizaje, es oportuno considerar casi exclusivamente, aquellos montos de placer psíquico. En resumen, el ser humano está en la capacidad de gozar de su aprendizaje y, por lo tanto, de su vida. Las limitaciones al gozo, al placer, ya las hemos discernido como factor propio de la represión o resistencia psíquica.
Así, ponemos en evidencia que cada acto o actividad humanos, a la vez que proporciona ciertos montos de placer por lo menos psíquico, propende por el fortalecimiento del yo. En tal sentido, actuar es aprender, pero también evolucionar. Sin embargo, no podríamos dejar pasar por alto el importante hecho a que nos remite todo este discurso: es el psico o el auto-análisis, la actividad o el acto de aprendizaje por excelencia, en tanto su objetivo es exclusivamente el fortalecimiento del yo, a través de la superación más eficiente del obstáculo o resistencia psíquica, con la consecuente ampliación de la capacidad de gozo del individuo. Es decir, la práctica psicoanalítica potencia de la manera más eficiente, el aprendizaje y lo pedagógico. Podría ser prueba de esto el hecho de que si bien en un principio Freud limita el acceso al psicoanálisis a cierto tipo de personas cuyo diagnóstico clínico debería ser muy claro, encontramos en la actualidad cada vez más personas, con cuadros clínicos no tan graves, que sin embargo quieren recurrir a dicha terapia para el mejoramiento de su bienestar.
El psicoanálisis no es tan fácil, sin embargo, pues la lucha con el fenómeno de la trasferencia es muy intensa. Para el común de las personas nos queda sólo la recomendación de remitirse, si parece conveniente para aliviar ciertas situaciones cotidianas, a uno de los principales y más accesible fundamento del análisis psíquico. Se trata del análisis de los sueños que suceden mientras se duerme. Un “autoanálisis”, que si bien posee ciertos peligros, es valorado como parte importante del psicoanálisis: “(…) Por lo demás, de nada valdría que alguien se pusiese a interpretar sueños fuera del análisis. No podría evitar las condiciones de la situación analítica, y aun si elaborase sus propios sueños estaría emprendiendo un autoanálisis (…)” (O.C… V.19. Algunas notas adicionales a la interpretación de los sueños en su conjunto. Los límites de la interpretabilidad. 1925). Respecto al peligro que se advierte en dicho proceder: “(…) en los autoanálisis es particularmente grande el peligro de la interpretación incompleta. Uno se contenta demasiado pronto con un esclarecimiento parcial, tras el cual la resistencia retiene fácilmente algo que puede ser más importante (…)” (ibid, V.22. Escritos breves. La sutileza de un acto fallido. 1935).

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